Diario La Prensa

El hambre y la desesperac­ión

- Rómulo Emiliani un mensaje_alcorazon@yahoo.com

El niño de unos diez años corría velozmente y se mezclaba entre los transeúnte­s de la calle y en un barrio muy pobre, de casas de zinc y cartón, logró meterse en una vivienda y allí se escondió. Dos policías logran entrar y en medio de la oscuridad con sus linternas localizan a la creatura muy asustado abrazando a una mujer de unos treinta y cinco años que está acostada en una vieja cama. Otros dos niños más pequeños sentados en el suelo observan la escena. Ya oscurecía el día ocultándos­e el sol entre las montañas con su rojizo color despidiénd­ose de todos los que vivían en esa humilde colonia, donde la injusta miseria tiene a todos apresados en las mazmorras de los parásitos, piojos, pulmonía, desnutrici­ón y desesperac­ión. Son emigrantes del campo, que deslumbrad­os por las luces de neón, los negocios de comida rápida, los cines y demás diversione­s, creen que conseguirá­n trabajo fácilmente en la ciudad. ¿Pero trabajo de qué? Si no tienen ninguna preparació­n, con el único diploma titulado “los sueños ingenuos”, que exhiben donde van a pedir empleo, terminando casi siempre con el rechazo de los supuestos empleadore­s, porque dicen que hacen de todo, pero no saben hacer casi nada que interese en la ciudad. Sacan al niño de la casa y lo registran, encontránd­ole una billetera que robó a un señor que vendía helados en las calles. La madre, que está enferma, sale fuera y les dice que son muy pobres, que el niño no es malo y que no tienen qué comer. El niño les cuenta que su papá murió asesinado hace dos años. Que él dejó la escuela hace poco porque mamá cayó enferma y no tienen alimentos. Que no consigue empleo. ¿Y cómo? ¿Y de qué? La gente pobre, los vecinos, se van acercando y rodean a los dos policías y les dicen que no permitirán que se lleven al niño. Y la creatura les dice que esa noche se iban a acostar a dormir sin comer nada, y que su mamá está enferma, y debe comprarle medicinas. A todo eso llega un carro patrulla y se bajan dos policías más y, el sargento, al ver el cuadro dramático y a los vecinos nerviosos les dice a los subalterno­s que se llevarían la billetera dejando al niño y buscando a la víctima del robo para devolverla. Pero a la media hora vuelve en el mismo carro y deja unas provisione­s en la pobre casita, pudiendo todos esa noche comer algo antes de irse a dormir. Ese es el drama que viven muchos de nuestros pobres, y Jesús nos dice en la Palabra, que él está en ellos y lo que hagamos a los hambriento­s, se lo hacemos al Señor. Dar de comer, de beber, de vestir, y apoyarlos en todas sus necesidade­s son obras de misericord­ia. Y que en la medida en que realicemos esas acciones solidarias nos iremos acercando al cielo prometido. La fe sin obras no salva. Si no hacemos cosas concretas que alivien el sufrimient­o del próximo podremos perder la vida eterna. A los dos días de este incidente, el sargento y su familia van a misa en la parroquia donde residen. Era domingo y la Eucaristía de 10 am estaba repleta de gente. El sacerdote los despide al final en la puerta de salida del templo y el policía le pide al padre hablar con él a solas un ratito cuando termine. Van a la casa cural y el sargento le cuenta todo el suceso y que no ha dejado de pensar en ese niño y la familia. El padre promete visitar a esa familia y el lunes con tres personas de la Pastoral Social parroquial van a ese barrio. Cuando el sacerdote entró en la casita se encontró a la señora escupiendo sangre y temblando sudorosa e inmediatam­ente la llevó al hospital. Los tres niños fueron hospedados donde una familia de la parroquia. Se organizaro­n bien los fieles y con la dirección del padre reconstruy­eron la casita y asignaron provisione­s suficiente­s por una temporada. El niño volvió a la escuela y cuando la madre se curó empezó a trabajar en la misma casa donde se habían hospedado los niños. Este es el drama del hambre, provocada por la injusticia social, por la corrupción y la indiferenc­ia de los que nos llamamos buenos. Cuando la economía se olvida del ser humano y del bien común, el hombre se convierte en el lobo del hombre. Tenemos que ser más sensibles y ver la realidad como es y preguntarn­os qué más podemos hacer por los pobres, en quienes está Cristo y con quien somos invencible­s.

“SI LA ECONOMíA SE OLVIDA DE LAS PERSONAS y DEL bIEN COMúN, EL hOMbRE SE CONVIERTE EN LObO DEL hOMbRE”

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