Tiempo para la familia
E l crecimiento de los núcleos urbanos, también en nuestro país, así como las crecientes demandas materiales de las familias de hoy, han provocado que el tiempo que padres e hijos dedican a convivir en la intimidad del hogar se haya reducido drásticamente. Hace algunas décadas, para el caso, lo normal, incluso en Tegucigalpa y San Pedro Sula, era la doble jornada. Los padres dividían su día de trabajo en dos partes, de modo que al mediodía regresaban a sus casas un par de horas, para almorzar y, si era posible, hacer una breve siesta. De la misma manera, los hijos volvían de la escuela o del colegio, por lo que lo ordinario era que padres e hijos compartieran casi siempre los tres tiempos de comida. Los fines de semana, además, solían transcurrir dentro del ámbito familiar, puesto que no abundaban los sitios de diversión. En el interior del país, era el parque o la plaza del pueblo el lugar de encuentro por excelencia, al que acudían familias enteras y ahí confraternizaban entre ellas. La asunción de la jornada única, surgida por razones económicas durante alguna de las subidas de los precios del petróleo en el mercado internacional, llevó, forzosamente, a una especie de disgregación de la familia. Desde entonces tanto los padres como los hijos comen al mediodía en su sitio de trabajo o estudio, por lo que el almuerzo compartido terminó confinado a los fines de semana, cuando esto resulta posible. En las ciudades más extensas, encima, el desayuno en familia no existe porque hay que madrugar para llegar a tiempo al trabajo y a la escuela, y, si acaso, logra coincidirse únicamente a la hora de la cena, esto cuando el padre o la madre logra llegar temprano a casa, o no tiene que combinar estudio y trabajo. Tampoco puede negarse que hay empleos y ocupaciones que resultan tóxicas para la familia, porque exigen tal dedicación de tiempo que impide la importantísima convivencia entre sus integrantes. Esta situación, que parece no tener punto de retorno, ha provocado que aquellos espacios y tiempos en los que padres e hijos se conocían más a fondo y en los que se realizaba la tan importante transmisión de valores se haya reducido al mínimo. Hoy hay hijos que solo ven a sus padres minutos al día y que, por lo mismo, les resultan casi unos desconocidos. Por la trascendencia del asunto, la sociedad entera, y los padres de familia en particular, deben reflexionar sobre las medidas de mitigación que deben aplicarse a este fenómeno. Saber, por ejemplo, usar sabiamente el poco tiempo que queda para compartir, definir unos horarios innegociables para dedicar a los suyos, crear un clima de confianza y de cariño para evitar tensiones, reconocer que lo único permanente en este mundo son los lazos familiares, lo demás es mudable, prescindible, temporal.