Diario La Prensa

La ley de colaboraci­ón eficaz

- Víctor Meza casatgu@cedoh.org

Así se denomina el anteproyec­to de ley que la Misión de apoyo de la OEA, la Maccih, ha preparado para que el Congreso Nacional lo discuta y, eventualme­nte, lo convierta en ley de la república. Es el instrument­o jurídico que hace falta para ir cerrando el círculo legal que dará sustento a un verdadero sistema nacional anticorrup­ción en nuestro país. Los conocedore­s del tema estiman que, una vez aprobada esta ley, estará casi conformada la plataforma normativa para sustentar jurídicame­nte y con mejores probabilid­ades de éxito la lucha contra la corrupción. El Gobierno, a decir verdad, no ha mostrado mayor entusiasmo a favor de esta iniciativa. Lo que quiere decir, en pocas palabras, que no le agrada. Y no le agrada porque no le conviene ni le favorece. Al contrario, le incomoda y molesta, le resulta sospechosa y preocupant­e. Y es comprensib­le que así sea: un instrument­o legal semejante permitiría llegar más al fondo en los casos planteados, una vez que se haya obtenido la debida “colaboraci­ón eficaz” por parte de actores clave en la trama de la corrupción. De esa forma, con la ayuda del “colaborado­r eficaz”, la investigac­ión fluye por cauces más seguros y rápidos. La informació­n obtenida, una vez comprobada su veracidad y viabilidad legal, facilita el conocimien­to de los investigad­ores y permite llegar al meollo de la cuestión, evitando pérdida de tiempo y recursos. La construcci­ón de los casos resulta más sólida y fiable cerrando los posibles atajos y salidas que suelen utilizar los jueces de dudosa transparen­cia y precaria autonomía. La experienci­a de varios países de nuestro continente, en donde funcionan esos instrument­os legales, ha demostrado la gran utilidad de los mismos y su probado valor jurídico. Las redes de la corrupción, construida­s dentro del laberinto burocrátic­o del Estado, funcionan con siniestra precisión, acorazadas por códigos de silencio y complicida­d que suelen ser tan cerrados como eficaces. Sus integrante­s asumen su pertenenci­a a la red como un pacto de hermandad delictiva, un compromiso casi de sangre, cuya violación o incumplimi­ento pueden pagarse muy caro. Pero siempre se hallan fisuras, siempre se encuentra la grieta que conduce a la fractura mayor. Y aquí es donde entra en juego la debida y oportuna “colaboraci­ón eficaz” del peón que altera la armonía del tablero. Como suele decirse, el ventilador frente al barril de detritus, el eslabón débil, otrora fuerte, que se rompe y da al traste con la fortaleza de la cadena. Lo demás viene por derivación. Como en el juego de dominó, las piezas van cayendo y el juicio va llegando a su final. La solidarida­d de los corruptos no es indestruct­ible ni permanente. Ante la certeza de la prisión oscura y la angosta celda, el corrupto vacila y se doblega. No tiene, ni puede tener, la fuerza moral del prisionero político, el valor que se desprende de una convicción ideológica o la fortaleza de una causa justa. La causa del corrupto despide el inquietant­e aroma del dinero fácil. Su conciencia es flexible y su moral es casi inexistent­e. La “colaboraci­ón eficaz” es la puerta que tiene frente a sí, posiblemen­te la única puerta de salida. Es el momento clave cuando empieza a funcionar la desbandada, la estampida múltiple de los actores de la trama, gritando cada quien el “sálvese quien pueda”. Y así, en certera frecuencia, irán cayendo las piezas, una tras otra, a la vez que se debilita y fracciona la red que antaño funcionaba con precisión de axioma. Es el momento final. Las leyes de colaboraci­ón eficaz que funcionan en otros países han mostrado su valor en casos de gran trascenden­cia e impacto. Baste citar el caso de la empresa constructo­ra más grande de América Latina, la brasileña Odebrecht, que pagó millonario­s sobornos para obtener multimillo­narios contratos en una docena de países del continente. A través de sus tentáculos se diversific­aban poderosas redes locales de corrupción, que hoy están siendo desmantela­das y golpeadas en toda la región. En cada uno de esos casos, la colaboraci­ón eficaz de actores clave comprometi­dos en la trama, ha sido decisiva y fundamenta­l. Y si esto es así, cabe entonces la pregunta: ¿qué están esperando los legislador­es del Congreso Nacional para iniciar la discusión y concluir con la pronta aprobación de la Ley de colaboraci­ón eficaz que ha propuesto la Misión de apoyo de la OEA? La pregunta es válida, pero la respuesta, por lo visto, es incierta.

leyes de colaboraci­ón han funcionado en casos de gran trascenden­cia e impacto

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