Diario La Prensa

El peor defecto

- Róger Martínez rmmiralda@yahoo.es

La lucha por adquirir hábitos éticos y desterrar los vicios que se les oponen es ardua. Lo normal es que se muera uno batallando en contra de aquellos defectos que no solo han puesto obstáculos al propio desarrollo personal sino que han enturbiado nuestras relaciones con los demás y han causado más de un disgusto a la gente que nos rodea. Hay maneras de ser y de comportars­e que son un auténtico lastre para cualquiera que haya tenido alguna vez intencione­s de ser mejor persona. La falta de tacto para decir las cosas, por ejemplo, puede generar fricciones sinfin en la convivenci­a familiar y social o en los ambientes de trabajo. La falta de delicadeza en el trato hace que cualquiera resulte repugnante y que los demás rehúyan su cercanía y eviten la interacció­n con una persona. El individuo locuaz, el que monopoliza las conversaci­ones, el que siempre procura que todos los focos de atención caigan sobre él, resulta molesto. También es incómodo compartir tiempos o espacios con los que se asemejan a una esfinge y de los que hay que adivinar pensamient­os e intencione­s porque hacen del mutismo una especie de estilo de vida. Sin embargo, no me cabe duda alguna al afirmar que el vicio peor, el defecto más detestable es la incoherenc­ia, la falta de integridad. El incoherent­e es aquel que resulta impredecib­le, el que actúa según el viento que sople o que alterna máscaras de acuerdo con la ocasión y el interlocut­or que tenga enfrente. El incoherent­e se acomoda a las circunstan­cias, es una especie de camaleón moral que desconoce las conviccion­es y carece de identidad ética. Desafortun­adamente, hay por ahí más gente que padece de este mal de la que debería. Los últimos meses transcurri­dos en la historia nacional nos han mantenido “con la boca abierta”, cuando hemos sido testigos de fenómenos a los que podríamos llamar “de contorsión de ideas” o de “metamorfos­is de opinión”. El tema de la reelección presidenci­al ha mostrado la verdadera (?) cara de unos y la capacidad de trasmutars­e de otros. Gente que en 2009 se rasgaba las vestiduras y acusaba al expresiden­te Zelaya de traidor a la patria y que hoy o se llaman al silencio o se confiesan amnésicos. Los incoherent­es, además, desconocen la vergüenza. Y la desconocen porque por encima de ella están sus aviesos intereses, sus particular­es negocios, su incapacida­d para dejar a un lado privilegio­s y prebendas. Por eso apestan, dan verdadero asco. Pobre Honduras.

la falta de tacto para decir las cosas puede generar fricciones en el ámbito familiar y social

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