El alfiler
Brian Tracy en su famoso libro
Metas menciona el inmenso poder de poner los objetivos personales por escrito. Esto permite repasarlos con frecuencia y, sobre todo, concretar a lo largo del tiempo un plan específico. Si, además, los comunicamos a nuestros amigos facilitamos el compromiso necesario para ponerlos en práctica. Existen propósitos que nos cambian la vida por completo. En los días últimos del año es común hacer examen y plantearse nuevos propósitos. Para algunos será bajar unas cuantas libras, mejorar la condición física, proponerse una lista de libros a leer, mejorar las relaciones personales, y para otros tal vez sea cambiar de trabajo o tal vez contraer matrimonio. En mi caso personal puedo referir que la meta de hace algunos años de dedicar unos minutos cada día a conversar con Dios fue uno de esos hitos transcendentales que gracias a Dios aún perdura, no porque hacer oración nos convierta en un dechado de virtudes, sino porque conversar con nuestro Padre del cielo nos lleva a experimentar la condición de criaturas, con limitaciones, y al mismo tiempo sabernos queridos con un amor incondicional. La oración personal diaria transforma nuestro modo de ver la realidad. Habrá sido en 1989 cuando junto con un compañero de la Facultad de Ingeniería comenzamos a ir a unas charlas semanales en la Residencia Universitaria Guaymura, en ese entonces en la colonia Reforma de Tegucigalpa. Fue allí, donde poco a poco, de la mano de un pequeño libro llamado Camino, iniciamos la gustosa práctica de hablar con Dios a diario. Así como un alfiler penetra una superficie de cera con mayor facilidad, las metas concentran nuestros esfuerzos en unos pocos puntos transcendentales. Si en algún caso no las conseguimos, los fracasos no nos apartan del camino del bien. Como decía Víctor Frankl, son la mejor forma de transformar nuestras vidas y conseguir la realización personal.