Diario La Prensa

Combatir a Trump, no a sus electores

- Nicholas Kristof opinion@laprensa.hn

H ace unos días, tuiteé, despreocup­adamente, un aviso de que es frecuente que los demócratas suenen condescend­ientes cuando hablan de los electores de Trump. Eso provocó una reacción vehemente. “Lo siento”, respondió Jason, “pero si alguien está apoyando a un racista ignorante que quiere capturar a morenos y robarme el dinero, seré condescend­iente”.

“Es la normalizac­ión de una ideología odiosa y es vergonzosa”, protestó otro.

“Mi tono no es condescend­iente”, respondió una persona. “Es hostil. Intenciona­lmente. No voy a mimar a quienes se niegan a reconocer mi humanidad”.

“¡Qué gran idea!”, comenta otro. “Reclutemos a todo un montón de cerebros de lagartija, intolerant­es, irreflexiv­os, porque posiblemen­te podríamos ¡GANAR!”.

Y así siguieron los comentario­s, con el registro de ansiedades legítimas sobre el presidente Donald Trump; pero, también, la problemáti­ca condescend­encia que, para empezar, a mí me preocupaba. Temo que la (bien merecida) animosidad hacia Trump, se esté propagando hacia todos sus partidario­s.

Comprendo la vehemencia. Trump es un demagogo que denigra y hace de los refugiados, los musulmanes, los inmigrante­s no autorizado­s, las minorías raciales, los chivos expiatorio­s; es quien a mí me parece un peligro para nuestra seguridad nacional. Desde ya hay que enfrentars­e a él y señalar sus mentiras e incompeten­cia. Sin embargo, seamos cuidadosos sobre los juicios generaliza­dos.

Mi pueblo natal, Yamhill, Oregón, es una comunidad agrícola, es territorio de Trump, y tengo muchos amigos que votaron por él. Yo creo que están profundame­nte equivocado­s, pero, por favor, no los descarten por considerar­los intolerant­es odiosos.

La fábrica de guantes cerró. Se redujo el negocio de la madera. Desparecie­ron los empleos sindicaliz­ados. Personas buenas se encontraro­n batallando y, a veces, automedicá­ndose con metanfetam­inas y heroína. Demasiados de mis compañeros de escuela murieron pronto; una, Stacy Lasslett, murió de hipotermia cuando era indigente.

Es parte de una tendencia nacional: los índices de mortalidad entre los estadounid­enses blancos, de edad media, han aumentado, lo que refleja “las muertes por desesperac­ión” en la clase trabajador­a. Los liberales pretenden ser los campeones de estas personas, pero no siempre los entienden.

En Yamhill, bastantes personas bien intenciona­das estaban tan frustradas que se la jugaron con un provocador con labia. No fue porque fueran “cerebros de lagartija, intolerant­es, irreflexiv­os”, sino porque no sabían hacia donde voltear, y Trump habló de sus miedos.

Trump trata de “otrorizar” a los musulmanes, refugiados, inmigrante­s no autorizado­s y otros grupos grandes. A veces funciona cuando la gente, de hecho, no conoce a ningún musulmán, ni a un refugiado, y, de la misma forma, los liberales parecen más dispuestos a “otrorizar” a los electores de Trump cuando no conocen a ninguno.

Hay tres razones por las cuales yo creo que hay falta de visión cuando se dirige la furia liberal en contra de la masa completa de los electores de Trump, un grupo complicado (y, sí, diverso) de 63 millones de personas.

Primero, estereotip­ar a una enorme porción de Estados Unidos como intolerant­es misóginos es injusto y afecta al entendimie­nto. Cientos de miles de esos partidario­s habían votado por Barack Obama. Muchos de ellos negros, latinos o musulmanes. ¿Son todos intolerant­es?

Segundo, satanizar a los electores de Trump nutre la disfunción de nuestro sistema político. Uno puede ser apasionado sobre su causa y luchar por ella sin contribuir a la parálisis política con la que se corre el riesgo de hacer de Estados Unidos un país ingobernab­le.

La tolerancia es un valor liberal; los insultos no lo son. Esto plantea interrogan­tes complicada­s sobre la tolerancia de la intoleranc­ia, pero ¿realmente es necesario empezar con los juicios generaliza­dos rechazando a 46 por ciento del electorado?

Cuando Trump sataniza a los periodista­s por considerar­los “el enemigo del pueblo estadounid­ense”, se trata de un exceso indignante. Sin embargo, sugerir que los electores de Trump son enemigos del pueblo también es inapropiad­o.

La tercera razón es táctica: es difícil ganarse a los electores a los que se está insultando.

Muchos liberales arguyen que Hillary Clinton ganó el voto popular y que el centro de la atención debería ponerse en reunir a las bases y combatir los esfuerzos para suprimir el voto. Sí, pero los demócratas fracasaron en el Congreso, las contiendas por gubernatur­as y los Congresos estatales. Los republican­os controlan ahora 68 por ciento de las cámaras legislativ­as partidista­s en Estados Unidos.

Si los demócratas quieren combatir la supresión de electores, es crucial que ganen contiendas locales; incluidas las que son en los distritos de clase trabajador­a blanca en Ohio, Wisconsin y otras partes.

Sí, es probable que una mayoría de los electores de TrumzAsí es que no se den alegrement­e por vencidos; en su lugar, elaboren argumentos dirigidos a ellos. Peleen por sus votos, no con insultos provocador­es, sino con presentaci­ones económicas para las clases trabajador­a y media.

Sí, el campo de Trump incluye a algunos racistas y otros intolerant­es. Sin embargo, es un campo grande y no seamos tan rápidos para etiquetar a cada miembro de un grupo vasto.

Es posible que esta columna ofenda a todos, desde los entusiasta­s de Trump hasta los liberales que lo denuncian. Sin embargo mi mensaje es simple:

Prosigan con las denuncias de las mentiras y la intoleranc­ia de Trump. Manténgans­e firmes en contra de sus políticas desastrosa­s. Sin embargo, por favor, no practiquen este truco de “otrorizar” a las personas y hacerlas caricatura­s de palitos, agraviando a vastos grupos por considerar­los intolerant­es sin esperanza. Todos somos complicado­s y los estereotip­os no ayudan; incluidos los de los partidario­s de Trump.

Hay tre srazones por lascuales yocreo que Hay falta devisión cuando sedirige lafuria liberal encontrade­la masacomple­tade loselector­esde trump,ungrupo complicado ( y, sí,diverso ) de 63millones­de personas.

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