Combatir a Trump, no a sus electores
H ace unos días, tuiteé, despreocupadamente, un aviso de que es frecuente que los demócratas suenen condescendientes cuando hablan de los electores de Trump. Eso provocó una reacción vehemente. “Lo siento”, respondió Jason, “pero si alguien está apoyando a un racista ignorante que quiere capturar a morenos y robarme el dinero, seré condescendiente”.
“Es la normalización de una ideología odiosa y es vergonzosa”, protestó otro.
“Mi tono no es condescendiente”, respondió una persona. “Es hostil. Intencionalmente. No voy a mimar a quienes se niegan a reconocer mi humanidad”.
“¡Qué gran idea!”, comenta otro. “Reclutemos a todo un montón de cerebros de lagartija, intolerantes, irreflexivos, porque posiblemente podríamos ¡GANAR!”.
Y así siguieron los comentarios, con el registro de ansiedades legítimas sobre el presidente Donald Trump; pero, también, la problemática condescendencia que, para empezar, a mí me preocupaba. Temo que la (bien merecida) animosidad hacia Trump, se esté propagando hacia todos sus partidarios.
Comprendo la vehemencia. Trump es un demagogo que denigra y hace de los refugiados, los musulmanes, los inmigrantes no autorizados, las minorías raciales, los chivos expiatorios; es quien a mí me parece un peligro para nuestra seguridad nacional. Desde ya hay que enfrentarse a él y señalar sus mentiras e incompetencia. Sin embargo, seamos cuidadosos sobre los juicios generalizados.
Mi pueblo natal, Yamhill, Oregón, es una comunidad agrícola, es territorio de Trump, y tengo muchos amigos que votaron por él. Yo creo que están profundamente equivocados, pero, por favor, no los descarten por considerarlos intolerantes odiosos.
La fábrica de guantes cerró. Se redujo el negocio de la madera. Desparecieron los empleos sindicalizados. Personas buenas se encontraron batallando y, a veces, automedicándose con metanfetaminas y heroína. Demasiados de mis compañeros de escuela murieron pronto; una, Stacy Lasslett, murió de hipotermia cuando era indigente.
Es parte de una tendencia nacional: los índices de mortalidad entre los estadounidenses blancos, de edad media, han aumentado, lo que refleja “las muertes por desesperación” en la clase trabajadora. Los liberales pretenden ser los campeones de estas personas, pero no siempre los entienden.
En Yamhill, bastantes personas bien intencionadas estaban tan frustradas que se la jugaron con un provocador con labia. No fue porque fueran “cerebros de lagartija, intolerantes, irreflexivos”, sino porque no sabían hacia donde voltear, y Trump habló de sus miedos.
Trump trata de “otrorizar” a los musulmanes, refugiados, inmigrantes no autorizados y otros grupos grandes. A veces funciona cuando la gente, de hecho, no conoce a ningún musulmán, ni a un refugiado, y, de la misma forma, los liberales parecen más dispuestos a “otrorizar” a los electores de Trump cuando no conocen a ninguno.
Hay tres razones por las cuales yo creo que hay falta de visión cuando se dirige la furia liberal en contra de la masa completa de los electores de Trump, un grupo complicado (y, sí, diverso) de 63 millones de personas.
Primero, estereotipar a una enorme porción de Estados Unidos como intolerantes misóginos es injusto y afecta al entendimiento. Cientos de miles de esos partidarios habían votado por Barack Obama. Muchos de ellos negros, latinos o musulmanes. ¿Son todos intolerantes?
Segundo, satanizar a los electores de Trump nutre la disfunción de nuestro sistema político. Uno puede ser apasionado sobre su causa y luchar por ella sin contribuir a la parálisis política con la que se corre el riesgo de hacer de Estados Unidos un país ingobernable.
La tolerancia es un valor liberal; los insultos no lo son. Esto plantea interrogantes complicadas sobre la tolerancia de la intolerancia, pero ¿realmente es necesario empezar con los juicios generalizados rechazando a 46 por ciento del electorado?
Cuando Trump sataniza a los periodistas por considerarlos “el enemigo del pueblo estadounidense”, se trata de un exceso indignante. Sin embargo, sugerir que los electores de Trump son enemigos del pueblo también es inapropiado.
La tercera razón es táctica: es difícil ganarse a los electores a los que se está insultando.
Muchos liberales arguyen que Hillary Clinton ganó el voto popular y que el centro de la atención debería ponerse en reunir a las bases y combatir los esfuerzos para suprimir el voto. Sí, pero los demócratas fracasaron en el Congreso, las contiendas por gubernaturas y los Congresos estatales. Los republicanos controlan ahora 68 por ciento de las cámaras legislativas partidistas en Estados Unidos.
Si los demócratas quieren combatir la supresión de electores, es crucial que ganen contiendas locales; incluidas las que son en los distritos de clase trabajadora blanca en Ohio, Wisconsin y otras partes.
Sí, es probable que una mayoría de los electores de TrumzAsí es que no se den alegremente por vencidos; en su lugar, elaboren argumentos dirigidos a ellos. Peleen por sus votos, no con insultos provocadores, sino con presentaciones económicas para las clases trabajadora y media.
Sí, el campo de Trump incluye a algunos racistas y otros intolerantes. Sin embargo, es un campo grande y no seamos tan rápidos para etiquetar a cada miembro de un grupo vasto.
Es posible que esta columna ofenda a todos, desde los entusiastas de Trump hasta los liberales que lo denuncian. Sin embargo mi mensaje es simple:
Prosigan con las denuncias de las mentiras y la intolerancia de Trump. Manténganse firmes en contra de sus políticas desastrosas. Sin embargo, por favor, no practiquen este truco de “otrorizar” a las personas y hacerlas caricaturas de palitos, agraviando a vastos grupos por considerarlos intolerantes sin esperanza. Todos somos complicados y los estereotipos no ayudan; incluidos los de los partidarios de Trump.
Hay tre srazones por lascuales yocreo que Hay falta devisión cuando sedirige lafuria liberal encontradela masacompletade loselectoresde trump,ungrupo complicado ( y, sí,diverso ) de 63millonesde personas.