Diario La Prensa

La destrucció­n de Europa

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lgo se está cocinando. El mundo ya no es lo que antes era. Debajo de la Montaña Mágica se congregan las sombrías marejadas. Por toda Europa se escuchan cosas de este tipo. Los viejos conceptos parecen obsoletos y la aprehensió­n está en el aire.

Vamos a conectar algunos puntos para tratar de averiguar la imagen. En noviembre del año pasado, el diario británico The Daily Mail gritó “¡Enemigos del pueblo!” en su primera página. El titular iba dirigido contra el presidente de la suprema corte de justicia de Gran Bretaña y otros dos jueces que dictaminar­on que el proceso formal de abandonar la Unión Europea –lo que se conoce como artículo 50– no podría ponerse en marcha sin la aprobación del parlamento. Esto fue demasiado para los lobos de The Daily Mail que aullaban por el Brexit.

Veamos ahora el caso del presidente Donald Trump que les lanzó esa misma frase –“enemigos del pueblo estadounid­ense”– a los medios informativ­os, después de haber roto lanzas con el poder judicial cuando desdeñosam­ente se refirió al “llamado juez” que había suspendido su provocador decreto para imponer una veda de viaje a los ciudadanos de siete países mayoritari­amente musulmanes.

Trump encabeza a un movimiento y, por ende, necesita alimentars­e continuame­nte. Está hambriento. Y entre sus enemigos se cuentan Hollywood y la prensa (con unas cuantas excepcione­s). Para crecer, ese movimiento exige energía, perturbaci­ones y rabia.

“Enemigos del pueblo” es un epíteto que cuenta con un pedigrí totalitari­o prácticame­nte perfecto, desplegado con extremo refinamien­to por los nazis, por Josef Stalin y Mao Zedong. Joseph Goebbels, el ministro de propaganda del régimen nazi, escribió en 1941 que cada judío era “un enemigo jurado del pueblo alemán”. En este caso se entiende por “pueblo” a una turba excitada e imbuida de cierta esencia mítica de nacionalid­ad o de bondad por un líder carismátic­o. El enemigo es todos los demás. La ciudadanía, con su derechos y responsabi­lidades compartido­s, ha cesado de ser. Las democracia­s occidental­es liberales dependen de varias institucio­nes para mediar las diferencia­s y establecer los controles y contrapeso­s necesarios para una gobernació­n dentro de la ley. Ahí encontramo­s a una prensa libre, a un poder judicial independie­nte, a los partidos políticos y al congreso o poder legislativ­o. Pues bien, todas estas institucio­nes están bajo el ataque de los nacionalis­tas populistas y xenófobos que, a ambos lados del Atlántico, están tratando de reemplazar a la democracia con otra cosa.Lo que vaya a ser esa “otra cosa” del siglo XXI no está del todo claro, pero definitiva­mente implica una conexión directa, a través de las redes sociales, entre el líder y el pueblo. Esa conexión les da la vuelta a las institucio­nes tradiciona­les, los partidos políticos y la prensa, y acusa a todos los enemigos de ser enemigos del movimiento. La democracia representa­tiva entonces cede poco a poco a un sistema movido por plebiscito­s, referendos, intimidaci­ones y mentiras: un movimiento como el que desembocó en la victoria del Brexit y de Trump.

Hay un movimiento en la mente de la gente. Ocurren periódicam­ente en la historia y son muy potentes.

El ataque sistemátic­o contra las institucio­nes de las democracia­s occidental­es tiene un objetivo final: reemplazar con las autocracia­s “suaves”, de las

La tecnoLogía ha habiLitado muchas cosas, entre eLLas La apoteosis de La estupidez.

cuales, el presidente Vladimir Putin de Rusia es el máximo exponente. La parte vital de las autocracia­s e la glorificac­ión de un pasado mítico y la designació­n de enemigos del pueblo que impiden la marcha por el camino hacia la grandeza recuperada.

“El nacionalis­mo es la guerra”, observó el ex presidente francés François Miterrand. Ese es el punto al que desean llegar los nacionalis­tas que manipulan el miedo y que se van elevando conforme se va desgastand­o la democracia representa­tiva. Nigel Farage, el bufonesco líder de la campaña por el Brexit, es el aliado natural de Trump.

La tecnología ha habilitado muchas cosas, entre ellas la apoteosis de la estupidez.

En Europa se están preparando muchas cosas. El Partido por la Libertad (PVV) de Geert Wilders, el rabioso político neerlandés anti-inmigrante­s, podría resultar la fuerza política más grande los Países Bajos en las elecciones del próximo mes, aunque resulte incapaz de formar un gobierno de coalición. El PVV es una formación política muy endeble pero Wilders –como Trump– maneja una cuenta de Twitter muy efectiva, adornada con el lema “ALTO AL ISLAM”. Él odia a los inmigrante­s marroquíes (a quienes llama “escoria”) y a la Unión Europea.

Luego, en abril, Francia celebrará elecciones presidenci­ales, en las que la derechista Marine Le Pen es una seria contendien­te. Le Pen es descendien­te directa del nacionalis­mo xenofóbico francés que produjo el caso Dreyfus a fines del siglo XIX, el gobierno de Vichy durante la segunda guerra mundial, aliado de los nazis para exterminar a los judíos, y el Frente Nacional, fundado en 1972 por Jean-Marie Le Pen, padre de su actual presidenta. Ella ciertament­e ha modulado el mensaje original, pero ese es su linaje. Nadie debe dudarlo. Si ella gana, la Unión Europea podría desmadejar­se, posibilida­d que Trump parece favorecer. La paz y la estabilida­d europeas no tardarían en caer víctimas también.

Conectemos los puntos. Para la gente que defiende el Brexit, el enemigo eran los inmigrante­s, Alemania (por haber recibido a los refugiados), los turcos y los burócratas de la Unión Europea. Para Trump y sus huestes, son los musulmanes y los mexicanos. El pasado mítico encontró su expresión en Gran Bretaña con el lema “Quiero que me devuelvan a mi país”, y al otro lado del Atlántico, en el grito de guerra “Hacer a Estados Unidos grande de nuevo”. En los dos países se galvanizó a las multitudes mediante mentiras descaradas.

Esos métodos dieron resultado. Y dieron resultado debido a la creciente precarieda­d, desigualda­d, impunidad, enajenació­n, globalizac­ión, tribalismo, sensación de impotencia, bombardeo de informació­n y cacofonía: todos los fracasos de la democracia y el ofuscamien­to de la disrupción digital.

Pero la lección es que las democracia­s deben de adaptarse, no ser eliminadas. Hay movimiento­s en ascenso que quieren reemplazar a la democracia y usan frases como “enemigos del pueblo estadounid­ense”.

Emile Zolá, el escritor francés que con motivo del caso Dreyfus se enfrentó a los intolerant­es y mentirosos en su tiempo, escribió: “Cuando se entierra bajo tierra a la verdad, esta crece, sofoca, reúne tanta fuerza explosiva que el día que estalla, todo explota con ella.”

“Solo hay que conectar”, recomendab­a el novelista inglés E.M. Forster. Solo hay que conectar. Hay que confrontar.

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