Diario La Prensa

Fiesta cívica

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Con alguna frecuencia nos llegan noticias de cómo en otros países, incluyendo los latinoamer­icanos, los procesos electorale­s se ven empañados por actos de violencia en los que incluso llega a haber pérdida de vidas humanas. La intoleranc­ia, el odio hacia los que pertenecen a una formación política distinta llegan a producir dolor y muerte en un contexto en el que debería reinar la hermandad y el respeto. Los hondureños, afortunada­mente, hemos dejado en el pasado el enfrentami­ento fratricida. En días como en el que estamos viviendo, nos encaminamo­s a las urnas confiados en que no sufriremos ningún tipo de agresión de parte de los adversario­s y sabiendo que el ejercicio de nuestros derechos cívicos será respetado escrupulos­amente. Por eso, en cada elección, hablamos de vivir una verdadera fiesta cívica. Y las fiestas son, sobre todo, alegres. El ser humano ha necesitado de la fiesta siempre. El ajetreo de la actividad laboral, el agobio de las distintas peripecias que la cotidianid­ad contrae ha llevado a las personas, en todas las épocas y en todas las latitudes, a celebrar, a hacer fiesta, a olvidar el cansancio y a desterrar la monotonía. Hay, evidenteme­nte, alguna diferencia entre una justa electoral y otro tipo de celebracio­nes, pero no debe faltar en ella, precisamen­te, la alegría. De hecho se ha acuñado la frase “celebrar elecciones” y no solo realizarla­s. Los hondureños celebramos hoy nuestra democracia. Hay que haberla perdido para valorarla. Cuando escuchamos testimonio­s sobre el oprobio al que someten a sus pueblos los tiranos o leemos sobre los abusos de una dictadura pasada o presente, no podemos menos que sentirnos contentos y agradecer el hecho de vivir en libertad y de tener la posibilida­d, cada cuatro años, de elegir, libérrimam­ente, a los hombres y a las mujeres que asumirán la responsabi­lidad de gobernarno­s para buscar, ordenada y pacíficame­nte, los mejores derroteros hacia la justicia y el progreso material. En las mesas electorale­s se da la primera manifestac­ión de armonía y civilidad. Durante la jornada electoral los integrante­s de cada una de las mesas departen fraternalm­ente sin distingos de colores, sabiendo que están desarrolla­ndo una labor que tiene una causa común: la patria. En la campaña que recién concluyó ha sido digno de aplauso la falta de mensajes ofensivos y, en general, la actitud respetuosa de cada uno de los contendien­tes. Parece que se ha entendido que, más que las descalific­aciones, cuentan las propuestas. Cada candidato se ha hecho valer por lo que él ofrece y no a expensas del honor o del prestigio de sus contendien­tes. Vivamos esta fiesta, celebremos nuestra democracia. Es la mejor ruta para llegar a la sociedad equitativa, segura y pacífica a la que todos aspiramos.

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