Diario La Prensa

El ventilador

- Víctor Meza OpiniOn@laprensa.hn

Otra vez, como en un ciclo interminab­le de tortura, volvió a activarse el temible ventilador. En las salas de tortura siempre había un ventilador, el que era encendido a máxima potencia cuando daba inicio la siniestra sesión. El objetivo era provocar frío y temblor en el cuerpo del torturado. Por alguna razón, los esbirros asumían que el viento producido por el ventilador y su ruido monótono debilitaba­n la resistenci­a de su víctima y la volvían más vulnerable al martirio. Gajes macabros del oficio… Pero esta vez no me refiero a ese tipo de ventilador. Hablo de otro, del ventilador humano, el acusado que delata a sus compinches y los involucra a todos en la trama criminal. El que actúa como si fuera un ventilador colocado cuidadosam­ente frente a un barril de detritus que, al salir volando, pringan a todos y contaminan todo el ambiente. Eso exactament­e es lo que está sucediendo en los tribunales norteameri­canos, en donde se ventilan los casos de los cabecillas del narcotráfi­co recienteme­nte extraditad­os a suelo estadounid­ense. Las declaracio­nes de uno de ellos, Leonel Rivera, han creado un gran revuelo en el país y tienen en estado de pánico a más de un personaje público, y muchos más están como en dramática espera, en tensión constante, prestos a las nuevas revelacion­es que, casi seguro, envolverán en su vorágine nuevos nombres, nuevos rostros y nuevos señoritos de las élites locales. Es la dinámica de la traición. El cabecilla extraditad­o siente que ya no tiene nada que perder y, a lo mejor, piensa que negociando con habilidad y proporcion­ando más detalles de la trama criminal algo consigue, una reducción de pena y condicione­s menos drásticas en su reclusión carcelaria, algo que le alivie un poco su encierro. El síndrome del leproso... La lógica que guía la conducta del capo caído en desgracia es incuestion­able. Si he de hundirme en este pantano de excremento no lo haré solo, arrastraré conmigo a los demás, a los que no han tenido la desgracia de caer en prisión y disfrutan, todavía, de su bien financiada libertad personal. Es la hora de la delación, el momento en que el capo vencido ordena sus recuerdos en secuencia cronológic­a y toma nota cuidadosa de cada una de las reuniones sostenidas con los socios del poder público, las sumas pactadas, los compromiso­s financiado­s, las cantidades pagadas, en fin, “la mar y sus conchas…”. Los datos aportados engrosan los expediente­s y aumentan la lista de los nuevos candidatos a la extradició­n. Al mismo tiempo revuelven el cotarro criollo e introducen el veneno del miedo entre los cómplices locales. Es la hora de bajar los perfiles, evadir a la prensa del corazón y aparecer menos en público. Hay que retraerse, reducir el protagonis­mo y disminuir el ritmo de la otrora agitada vida social. No más portadas de las revistas de moda, no más fotografía­s en las páginas sociales, adiós a los programas en vivo y a las entrevista­s pactadas en los pasillos del aeropuerto. Ha llegado la hora de la reclusión voluntaria en los límites de sus lujosas residencia­s. O el momento de hacer maletas y buscar algún paraíso fiscal apropiado para refugiarse y esconder los millones mal habidos. El ventilador Rivera sigue zumbando y el número de pringados seguirá aumentando, pero faltan otros ventilador­es que están a la espera de ser activados. Son los que tienen causas pendientes por delitos financiero­s, lavado de activos, transferen­cias de dudosa procedenci­a, sobornos disfrazado­s de pagos inocentes, el universo digital del hampa de cuello blanco. Cuando esos ventilador­es comiencen a esparcir la podredumbr­e, muchos señoritos de la ridícula aristocrac­ia catracha perderán de pronto la virginidad de su imagen y serán exhibidos como lo que siempre han sido: patéticos estafadore­s de la fe pública, acostumbra­dos a repartirse los recursos del Estado como si fuera el merecido botín de sus andanzas políticas. Es la hora del ventilador. Sus aspas cobran cada vez más velocidad y energía. La dispersión de la porquería no se detiene y el hedor que despide inunda el ambiente y lo perturba todo. Buena falta le hacía este ejercicio de exorcismo a una sociedad como la nuestra, sumida en la modorra y la indiferenc­ia cómplice frente a la corrupción y la delincuenc­ia. Que sigan girando las aspas del ventilador…

La hora deL ventiLador, buena faLta Le hacía a nuestra sociedad este ejercicio de exorcismo

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