¡Inmenso privilegio!

Brian Thompson, desde Fort Worth, Texas, me escribe: “... lo que más recuerdo era su paciencia para contestar todas mis preguntas. Su patio era para mí como un jardín encantado”. Y con el mismo entusiasmo del niño de 6 años, agregó: “Mamá, ¡tenía una planta que solo florece cada 50 años!”. Y Tito Bográn, todo un ingeniero en la Nasa, recuerda cuando Mr. Dickson le salvó a su perro que se había comido un sapo. Muchas generaciones de niños que vivieron en La Lima, desde mediados de los años 50 recordarán cuando Mr. Dickson les mostraba su colección de culebras, situación que doña Neftalia aprovechaba para ofrecerles sándwiches de culebra, los cuales eran realmente de pollo. Sin embargo, más de 40 años después, Jaime Matute me ha confesado que él todavía cree que eran de culebra. Y lo que más recuerda de Mr. Dickson era que siempre sonreía. Grabada en nuestra mente quedará la imagen de aquel señor flaquito que iba en bicicleta todos los días a trabajar. Y los que visitábamos su casa lo recordaremos en calzoneta y descalzo dándole de comer a sus tortugas. Pero, en su sencillez y en su humildad, Johnny dejó en las generaciones jóvenes su huella indeleble y logró algo que muy pocos pueden alcanzar: pudo tocar el futuro. Al igual que los árboles, las tortugas, las aves y las culebras, estamos aquí para despedir y rendir homenaje a un hombre bueno, a quien jamás se le escuchó una mala expresión o se le conoció una mala acción. Este hombre deja con nosotros su testimonio de bondad, de paz, de armonía y de solidaridad con todo su entorno. Celebremos su larga vida y recordemos a Johnny en cada ave, en cada mariposa, en cada iguana, y en cada árbol florecido que adorna nuestra comunidad. Creo que reflejó el sentir de todos al expresarle a sus hijos Alex, Iván y Hugo… a su amado nieto Nicolás y a su esposa María Neftalia, que ha sido un inmenso privilegio para nosotros que John Dickson haya escogido precisamente esta comunidad para vivir toda su vida.