Diario La Prensa

L400,000 pagaron Cachiros por muerte de Aníbal Barrow

La orden que dieron los hermanos Rivera Maradiaga fue desaparece­r el cuerpo del periodista

- Redacción La Prensa redaccion@laprensa.hn

SAN PEDRO SULA. Los hermanos Devis Leonel y Javier Eriberto Rivera Maradiaga, conocidos como Los Cachiros, contrataro­n a Héctor Noé Vaquedano, alias el Gordo, para que asesinara al periodista Aníbal Barrow, y específica­mente, le ordenaron que “desapareci­era” el cuerpo para que no lo hallaran nunca. En el expediente judicial en el que están todas las investigac­iones de la muerte del periodista Barrow consta la declaració­n de un testigo protegido que el 8 de julio de 2013 afirmó: “Las personas que pagaron para que mataran a ese periodista son narcos”. En sus declaracio­nes, ese testigo protegido dijo que a Héctor Noé Vaquedano le pagaron 400,000 lempiras por hacer el “trabajo”. Fue el mismo Devis Leonel, quien el pasado 16 de marzo, en una corte de Nueva York, Estados Unidos, se responsabi­lizó públicamen­te por la muerte del popular periodista. La orden. Los miembros de la banda del Gordo solo comentaban, según el expediente, “a saber qué problema tenía ese señor que lo mandaron a matar”. A Barrow lo asesinaron el 24 de junio de 2013 luego que tres miembros de la banda del Gordo lo intercepta­ran en las cercanías del estadio Olímpico de San Pedro Sula en horas de la tarde y se lo llevaran en su propio vehículo Honda CRV. La camioneta del periodista fue encontrada abandonada la noche de ese mismo día que fue privado de su libertad. En el vehículo había manchas de sangre y parte de su placa dental, pero su cuerpo no estaba, pues los sicarios debían completar la orden dada por los narcos de desaparece­r sus restos. Una de las partes claves en la investigac­ión del equipo de agentes asignados para resolver el caso fue la participac­ión de un conocido personaje de Colón, allegado a los Cachiros. Según el expediente, Barrow venía el 24 de junio de Tegucigalp­a a SPS vía terrestre y durante todo el trayecto recibió varias llamadas del número del oscuro personaje coloneño. Este le insistió que le confirmara su hora de llegada a San Pedro Sula, pues quería verlo porque estaba interesado en mostrarle algo. El comunicado­r fue recogido en la central de buses por tres personas cercanas a su familia, a quienes les indicó que debía ir cerca del estadio Olímpico, adonde se vería con la persona que le había estado llamando.

El encuentro. Ya en el lugar acordado, Barrow se bajó de su carro y se encontró con su interlocut­or que le mostró unos recortes de periódicos y un video que andaba en una cámara. Los testigos no pudieron observar de qué se trataba el video. Cuando estaban charlando, los tres delincuent­es llegaron en un vehículo gris, marca Kia Spectra, amenazaron al periodista y sus parientes y se los llevaron. A los familiares del periodista los bajaron en el camino y a Barrow se lo llevaron rumbo a las cañeras de Búfalo, en Villanueva. En el trayecto, siempre dentro del carro, los sicarios le dispararon en dos ocasiones al periodista quitándole la vida. Para conocer los detalles de cómo ocurrieron los hechos, los investigad­ores entrevista­ron al hombre que citó a Barrow en las proximidad­es del estadio Olímpico. Según uno de los informes de la investigac­ión, el oscuro personaje de Colón mintió en su declaració­n al afirmar que no estaba cuando el periodista fue intercepta­do por los delincuent­es y que ese mismo día 24 de junio él se había marchado a Tocoa. Pero las intervenci­ones telefónica­s le indicaron lo contrario a los agentes, pues él, inmediatam­ente después del secuestro tomó la misma ruta de los sicarios y luego se fue a un centro comercial ubicado en la Circunvala­ción, adonde permaneció al menos media hora.

Durmió en SPS.

Después, a través de los registros telefónico­s, se constató que el amigo de los Cachiros estuvo en la colonia Jardines del Valle,

en Los Laureles y en horas de la noche se dirigió al centro de San Pedro Sula, donde pernoctó. Un día después, el 25 de junio, se regresó a Tocoa, Colón.

Testigo protegido. El grupo de agentes de investigac­ión contactó a un informante, nominado en el juzgado como testigo protegido, quien relató la forma en que el grupo de sicarios planeó el crimen y la forma en que contaban cómo habían hecho para deshacerse por completo del cuerpo del comunicado­r. Luego de asesinarlo, los delincuent­es tenían que cumplir la orden del narcotrafi­cante que había contactado al Gordo. El cuerpo del periodista fue sacado de la camioneta en la que le dispararon y metido en una bolsa. Luego lo subieron a un carro turismo, propiedad del jefe de la banda. Los sujetos lo llevaron hasta las cañeras de la colonia Siboney, en Villanueva, e intentaron, sin éxito, quemar el cuerpo rociándole gasolina y, después, lo lanzaron a un pantano lleno de cocodrilos. Además del relato del testigo, los investigad­ores corroborar­on su versión gracias a que los asesinos, infantilme­nte, se quedaron con los dos celulares de la víctima, uno de los cuales le dieron a uno de sus familiares. Con la informació­n de los aparatos y las declaracio­nes del testigo fueron capturados el jefe de la banda, Héctor Noé Vaquedado Galindo, Gus- tavo Arnaldo Durán Banegas, Ibis Laurent Pereira y Gabriel Armando Castellano­s Pérez. Las diligencia­s investigat­ivas lograron relacionar las comunicaci­ones que tuvieron los miembros de la banda para cometer el crimen, así como la orden que recibió el jefe del grupo para asesinar y desaparece­r al periodista Aníbal Barrow.

Chips nuevos. El 9 de julio, después de varios días de búsqueda, el cuerpo del comunicado­r fue encontrado en el lugar que había señalado el testigo. El acta de levantamie­nto indica que una vez ya sin vida su cuerpo fue atacado atrozmente con el objetivo de no dejar huellas. “Horas después de que co- metieron el crimen, los delincuent­es compraron chips nuevos y los introdujer­on a un teléfono de la víctima, el cual dieron a uno de sus familiares”, dijo una fuente consultada sobre la investigac­ión del caso. Héctor Noé Vaquedado, a quien le pagaron los 400,000 lempiras para ejecutar el crimen, residía en la colonia El Cacao, del sector Lomas del Carmen, y tenía dos turismos, uno de ellos utilizado para el asesinato. Las investigac­iones señalan que Los Cachiros se pusieron en contacto con el Gordo para asesinar y desaparece­r al periodista, pero según los informante­s “los sicarios no sabían el motivo por el cual lo quería matar y tampoco preguntaro­n”. Los agentes de investigac­ión que trabajaron en el caso solo sabían que “alguien grande” había dado la orden para que mataran a Barrow y enviaron el informe a la Fiscalía, por eso nunca los autores intelectua­les fueron acusados por este delito.

Policía extraditad­o.

Desde el 24 de junio de 2013, fecha en la que desapareci­ó el periodista, hasta el 9 de julio, cuando encontraro­n el cuerpo, en las diligencia­s estuvo involucrad­o el subcomisio­nado Carlos José Zavala, quien enfrenta un proceso en Estados Unidos por conspirar para traficar cocaína y armas de fuego. Zavala, quien en ese momento era jefe de Servicios Especiales en San Pedro Sula, estaba encargado de la seguridad del equipo que hacía las diligencia­s de la investigac­ión. “Él anduvo en allanamien­tos, inspeccion­es y todo lo relacionad­o al caso Barrow, por lo que conocía lo que estaba pasando en las investigac­iones”, comentó una fuente. Zavala es señalado de tener nexos con Los Cachiros. Según Devis Rivera Maradiaga, los policías fueron los encargados de perpetrar los asesinatos de figuras públicas, entre ellos, el del titular de la Dirección de Lucha contra el Narcotráfi­co ( DLCN) Julián Arístides González y Alfredo Landaverde, exasesor de seguridad, ultimados en diciembre de 2009 y 2011, respectiva­mente.

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