Diario La Prensa

Enemigos de la democracia

- PUEDES OPINAR EN ESTE ESPACIO: TU ARTÍCULO NO DEBE TENER MÁS DE 150 PALABRAS ENVÍALO A: CARTAS@LAPRENSA.HN JUAN CARLOS OYUELA

En una clase reciente de mi segunda incursión por las aulas universita­rias, el profesor de Ciencias Políticas se regodeaba criticando a los políticos. Que si son culpables de tanta corrupción, que si han hecho esto o han dejado de hacer lo otro, que si los diputados se saltan las leyes, que si tienen la formación para legislar, que si llevan tantos años en el Congreso. Con todo el respeto a la opinión de mi experiment­ado docente, expuse mis razones para tener confianza en la joven democracia hondureña. Sin duda que las críticas, las quejas y las condenacio­nes son una forma de participac­ión democrátic­a. Tal vez no la mejor porque parte del “juego democrátic­o” es saber respetar la opinión y el comportami­ento ajeno, especialme­nte cuando son contrarios a los nuestros. Por otra parte, en el “Gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” siempre existirán personas de toda clase: honestas y corruptas, competente­s e ineptas, oportunist­as y servidoras desinteres­adas. Uno de los primeros enemigos de la democracia es precisamen­te el pesimismo que representa la coartada perfecta de los que promueven el despotismo y la dictadura. La democracia es perfectibl­e, desde luego, pero aun con todas sus limitacion­es, ninguna dificultad en la vida social es comparable con el privilegio de poseer la libertad de autodeterm­inación. Por eso, para mí, independie­ntemente de cómo esté planteado el panorama político, el poder ejercer el sufragio es siempre una buena noticia. Es una tentación frecuente pensar que la democracia la hacen unos cuantos o solamente en determinad­as fechas cuando se ejerce el derecho y el deber de elegir a las personas que nos representa­rán. La democracia es más que un sistema político o una forma de organizar el Gobierno de un país. La democracia la hacemos todos con nuestra participac­ión o con nuestra indiferenc­ia. Por acción u omisión, todos aportamos a la corrupción generaliza­da o con la ineficienc­ia del Gobierno o la negligenci­a de un empleado público.

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