Enemigos de la democracia
En una clase reciente de mi segunda incursión por las aulas universitarias, el profesor de Ciencias Políticas se regodeaba criticando a los políticos. Que si son culpables de tanta corrupción, que si han hecho esto o han dejado de hacer lo otro, que si los diputados se saltan las leyes, que si tienen la formación para legislar, que si llevan tantos años en el Congreso. Con todo el respeto a la opinión de mi experimentado docente, expuse mis razones para tener confianza en la joven democracia hondureña. Sin duda que las críticas, las quejas y las condenaciones son una forma de participación democrática. Tal vez no la mejor porque parte del “juego democrático” es saber respetar la opinión y el comportamiento ajeno, especialmente cuando son contrarios a los nuestros. Por otra parte, en el “Gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” siempre existirán personas de toda clase: honestas y corruptas, competentes e ineptas, oportunistas y servidoras desinteresadas. Uno de los primeros enemigos de la democracia es precisamente el pesimismo que representa la coartada perfecta de los que promueven el despotismo y la dictadura. La democracia es perfectible, desde luego, pero aun con todas sus limitaciones, ninguna dificultad en la vida social es comparable con el privilegio de poseer la libertad de autodeterminación. Por eso, para mí, independientemente de cómo esté planteado el panorama político, el poder ejercer el sufragio es siempre una buena noticia. Es una tentación frecuente pensar que la democracia la hacen unos cuantos o solamente en determinadas fechas cuando se ejerce el derecho y el deber de elegir a las personas que nos representarán. La democracia es más que un sistema político o una forma de organizar el Gobierno de un país. La democracia la hacemos todos con nuestra participación o con nuestra indiferencia. Por acción u omisión, todos aportamos a la corrupción generalizada o con la ineficiencia del Gobierno o la negligencia de un empleado público.