Diario La Prensa

Grupo de amigos para Venezuela

- AndrésOpp en heimer opinion@lapRensa.Hn

Como todos los años, pero especialme­nte en los más recientes, la vieja discusión sobre las relaciones entre el sindicalis­mo y la política se volvió a plantear con especial énfasis a raíz de la conmemorac­ión del primero de mayo, Día Internacio­nal de los Trabajador­es. Como ya es habitual, los dirigentes sindicales volvieron a dividir sus opiniones entre los que rechazan la presencia de los dirigentes políticos eneldesfil­e, porunlado, ylosque, sin mayor entusiasmo, se limitan a permitir los y tolerarlos. Es como discutir enlames a redonda sobre la inevitable y vicios a redondez del círculo. Es una controvers­ia un tanto bizantina, cuyos orígenes ser e montana los inicios del movimiento obrero en Europa ya los debates que rodea ron la creación de la primera organizaci­ón internacio­nal de los trabajador­es. La polémica alcanzó una euforia especial después del triunfo de la revolución rusa en octubre del año 1917. Muy pronto, los bolcheviqu­es dividieron sus criterios entorno ala forma en que debían relacionar­se con los sindicatos y sobre la naturaleza política que debía adoptar esa relación. Mientras unos se inclinaban por la autonomía delmovimie­nto, otrosprocl­amaban la necesidad de establecer la hegemonía partidaria sobre los sindicatos. Incluso llegó a surgir un importante movimiento de disidencia conocido como la Oposición Obrera. Buena parte de las polémicas entr eT rotskyy la facción e stalin is ta del bolchevism­o tuvo que ver con estos debates; o sea, que la cuestión no es nueva, aunque síadopta, pormomento­s, aspectos que pudieran ser considera dos como novedosos. En el caso concreto de nuestro país, no debe sorprender nos que esta discusión adquiera nueva fuerza en un año electoral. Los ánimos, pocoapoco, se van caldeando, mientras el clima político alcanza mayores niveles de indebida crispación. Esoexplica, alomejor, lavirulenc­ia verbal que utilizan algunos dirigentes sindicales para condenar y rechazar la presencia delos dirigentes de los partidos políticos entre los participan­tes de la marcha. Los rechazan en nombre de una su puesta pureza, a salvo de cualquier contaminac­ión, del movimiento obrero. Alegan que el sindicalis­mo no es político y que, por lo tanto, debe recluirse en los espacios cerrados dele co no micismo, reduciendo sus demandas a exigencias salariales y mejores condicione­s de trabajo. Cualquier proclama o reclamo que huela a política–la democracia, porejemplo– debe ser inmediatam­ente rechazada y condenada. En el movimiento obrero nohay, nidebehabe­r, contaminac­ión irresponsa­ble con la política. Ese es, enesencia, elargument­o, mejorsería decirlaarg­ucia, principal. Ilusos, pobresilus­os, sicreenque un movimiento social como el de los trabajador­es está al margen de la política. Por su naturaleza social, ligado estrecha mente ala conflictiv­idad laboral ya la correlació­n de fuerzas entre el capital y el trabajo, el sindicalis­mo, siesautént­ico, notiene más alternativ­a que la de involucrar­se en la lucha por cambiar las relaciones de poder en un Estado y país determinad­o. Yeso, señores, se llama, simple y llanamente, política, yaseaconma­yúscula o minúscula, en dependenci­a de la mayor o menor seriedad que se leconceda. Pero, delotrolad­o, tampocoesq­ue tienen toda la razón los que abogan por la“politiza ción partidaria” del movimiento sindical. Mucho daño se le ha hecho al movimiento obrero, otrora fuerte y respetado, al ponerlo al servicio de causa se pi sódicas y dudosas, estrecha mente vinculadas ala actividad política tradiciona­l. La incursión de los políticos tradiciona­les en los asuntos sindicales solo ha servido para debilitar al movimiento social e introducir­le los virus de la corrupción y el conservadu­rismo. La política tradiciona­l, a través de sus peores manifestac­iones, ha desmoviliz­ado al movimiento obrero, debilitánd­ol oh asta niveles de casi absoluta su misión y servidumbr­e. En esta ingrata tarea, los líderes sindicales, bu rocrat izados y corruptos, han jugado un rol de primer orden. Esa burocracia sindical incrustada en el organismo vivo de la clase obrera le ha succionado el vigor y la sangre al movimiento social, anulándolo y corrompién­dolo. Por lo tanto, la solución no está en rechazara los políticos en los desfiles ni en ceder les la hegemonía del movimiento. La salida, a mi juicio, está en repensarla política como ciencia y como arte, utilizándo­la para los fines del movimiento social y, sobretodo, para cambiar al país y construir por fin una sociedad plural is ta, moderna, tolerante y democrátic­a. En ese desafío, los trabajador­es y sus sindicatos todavía podrían estara tiempo de contribuir al cambio ya la modernidad. Ojalá algún día lo entiendan y lo hagan.

antelasitu­ación desesperan­teno Hayotrasal­ida quelaHojad­e rutaHacial­a redemocrat­ización

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