Democracia, tarea de todos
La democracia la hacemos todos con nuestra participación o con nuestra indiferencia. Por acción u omisión, todos aportamos a la corrupción generalizada o con la ineficiencia del Gobierno o la negligencia de un empleado público determinado. Los mecanismos legales existen para que cada uno pueda hacer mucho desde el lugar que le corresponde estar en la sociedad. El segundo enemigo sutil de la democracia es la indiferencia de los ciudadanos entre sí y hacia las cuestiones públicas, tal como lo decía Tocqueville en su famoso libro “La democracia en América”: «Deseo imaginar bajo qué rasgos nuevos podría producirse el despotismo en el mundo: veo una masa innumerable de hombres semejantes e iguales que dan vueltas sin reposo sobre sí mismos para procurarse pequeños y vulgares placeres que embargan su alma. Cada uno de ellos, retirado aparte, es como extraño al destino de todos los demás […] respecto a los demás de sus conciudadanos se halla a su lado, pero no los ve; los toca y no los siente; no existe más que en sí mismo y para él solo y, si le queda todavía una familia, se puede decir, por lo menos, que no tiene patria.» La indiferencia es el caldo de cultivo idóneo para que prolifere la corrupción en cualquiera de sus formas. Democracia es sinónimo de participación y compromiso de los ciudadanos en la búsqueda del bien común. Es el prestigio adquirido con esfuerzo por la competencia profesional puesta al servicio de los demás. Democracia es la tolerancia de admitir que existen personas que piensan diferente y que tienen todo el derecho de actuar y decidir de forma libre. Es tener la conciencia social que sabe ver las necesidades de los demás, especialmente de los más necesitados. La verdadera democracia es aquella que se caracteriza por el respeto a la ley, la libertad y los derechos naturales de los ciudadanos. Ralph Waldo Emerson dijo en una ocasión: “La democracia se basa en la convicción de que existen extraordinarias posibilidades en la gente ordinaria”. JUAN CARLOS OYUELA