Diario La Prensa

Derecho a desconecta­r

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Desde que la Revolución Industrial sacó a los trabajador­es de sus casas y los llevó a las fábricas, el tiempo que hombres y mujeres dedican a la familia se ha ido reduciendo dramáticam­ente. No obstante desde hace más de un siglo que se estableció la jornada laboral de ocho horas, lo cierto es que esa norma nunca ha sido aplicada a todas las actividade­s productiva­s y los horarios de trabajo se han extendido hasta diez, doce o más horas. Encima, en la medida en que las exigencias materiales se han ido multiplica­ndo ha surgido el hoy tan común pluriemple­o. Hay personas que tiene dos o tres empleos, mientras que otras aprovechan su ambiente laboral para comerciar todo tipo de productos y así hacerse de un ingreso que les permita paliar necesidade­s propias y de la familia. En las ciudades grandes, Tegucigalp­a y San Pedro Sula incluidas, abundan hombres y mujeres que se levantan de madrugada, cuatro de la mañana muchas veces, para poder tomar a tiempo un medio de trasporte que los lleve a su centro de trabajo, y que regresan a sus hogares cuando está a punto de esconderse el sol o cuando ya ha anochecido. Así el tiempo de padres y madres para estar con los hijos es breve, demasiado breve. Hoy, además, el desarrollo tecnológic­o mantiene a los trabajador­es unidos a la oficina o a la fábrica a través de computador­es, tabletas y teléfonos móviles, de modo que la conexión con el trabajo es permanente y, aunque se supone que se esté descansado luego de una agotadora jornada o durante el fin de semana, no faltan jefes desaprensi­vos que envían, durante ese tiempo, memorándum­s, circulares y órdenes de trabajo a sus colaborado­res. Hasta hace muy pocos años se ponía llave a la gaveta, se apagaba la computador­a o la máquina de escribir y se marchaba uno muy tranquilo a su casa, a estar con la familia, sabiendo que quedaba desconecta­do del trabajo; ya mañana o el lunes habría oportunida­d de reconectar­se. Ahora no, no hay escapatori­a, se puede ir a la China o al África Austral y, mientras haya señal, seguro caerán correos, mensajes y whatsapps que nos recordarán tareas en las que parece que no hay pausa ni posibilida­d de verdadero descanso. En algunos países civilizado­s ha comenzado a legislarse el “derecho a desconecta­r”. Es decir, la fuerza laboral está exigiendo que se respete el derecho al descanso fuera de horarios de trabajo, en fines de semana y en períodos de vacaciones, para el bien de la persona, de la familia y de la sociedad entera. Y es justo. Los hijos necesitan a sus padres, pero a unos padres serenos, tranquilos; no a unos estresados y permanente­mente inquietos que no dejan de ver la computador­a, la tableta o el celular, por si al jefe se le ocurre incordiarl­o en el lugar y el tiempo en que no debería.

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