Diario La Prensa

Un odio que no se comprende

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De nuevo el extremismo islámico ha llenado de terror y muerte ala afligida Europa. Esta vez ha tocado de nuevo a los ingleses ser víctimas de un odio que difícilmen­te se puede comprender. Es cierto que, durante la época de los colonialis­mos, varios países del Viejo Continente abusaron de su poderío y que, como en toda situación de sumisión, se genera ron actos de violencia en contra de la población nativa; escier toque la historia del sigloXX fue testigo de acciones de las potencias coloniales que continúan produciend­o vergüenza y resultan injustific­ables, pero nop ores opuededárs el el a razón a criminales que, en nombre de Dios, asesinan a personas inocentes. Además, si hay algo que Europa ha hecho parar e parar el daño producido en las antiguas colonias, y que ha resultado en una enorme ventaja para los ciudadanos de estas, ha sido abrir sus puertas a todos aquellos que han querido buscar en ella unmejordes­tino. Francia, España, Holanday, porsupuest­o, elReinoUni­do han definido, desde hace décadas, políticas migratoria­s sumamente favorables para la población de las ex colonias. Tanto ha sido así que ha habido ocasiones en las que los ciudadanos españoles, para el caso, se han quejado de las ventajas que la inmigració­n latino americana ha tenido para escoger escuela o recibir servicios de salud, ya que pareciera que tienen trato preferente a costa de los impuestos de ellos. En el caso del Reino Unido, los procesos de integració­n han sido impulsados desde el Gobierno y el respeto hacia los distintos credos ha sido ejemplar. Para muestra, el actual alcalde de Londres es de origen pakistaní y de religión musulmana, hijo de inmigrante­s de esa antigua colonia inglesa. Holanda ha tratado igual de bien ala inmigració­n indonesia. ¿De dónde, pues, viene tanto odio? Es difícil de entender. Porque, encima, la mayoría de los autores de atentados criminales en Francia y Bélgica, otros dos países que han sido golpeado s por elt error ismo,eranhij oso nietos de inmigrante­s, eran ciudadanos de esas naciones, educados en sus escuelas. Es cierto que ha habido situacione­s de marginació­n, que hay barrios enteros que son auténticos guetos, que algunos se han integrado solo superficia­l mente, que la pobreza al lado del bienestar ha servido de caldo de cultivo para que los mensajes de los fanáticos hayan podido anidar en sus mentes. Sin embargo, incluso situacione­s como esas no pueden nunca justificar que un grupo dejo vencit os que habían ido a oír y ver cantara su artista favorita fueran víctimas de semejante carnicería irracional. Nada ni nadie puede darle la razón al odio, ala locura sin límites de estos alucinados.

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