¡Felicidades, periodistas!
Pasó sin que pasara nada o casi nada, y mejor así; me refiero al Día del Periodista. No es que quiera minusvalorar la importancia y la necesidad de la profesión de los comunicadores, no, pero me parece una situación de privilegio creada para halagar y en el peor de los casos para tener cerca a los periodistas, de quienes escuché una vez a uno de ellos que se les teme más de lo que se les respeta. Tampoco hay que escandalizarse. En todas las profesiones hay de todo. No quiero especificar, pero hay quien llegó al quirófano sin necesidad y fue intervenido y costurado; hay quienes se aferran a la legislación y exprimen al cliente, de políticos y funcionarios no hablemos. Me parece que el mal no está en la profesión, sino en aquellos calificados de profesionales, pero con vacío en lo más elemental como la ética, la moralidad, la honestidad, de manera que convierten una noble profesión en el más vil de los oficios. Estos son minorías, pero el ruido que hacen, el escándalo que generan, es de tal dimensión que lo bueno, lo correcto, lo decente de la mayoría es opacado, y dada la morbosidad se expone más lo malo que lo correcto. Cada quien puede hablar de ello según la experiencia que tenga, pero, sobre todo, de los principios que rigen su vida personal, familiar o profesional. Sin embargo, habrá también que responsabilizar a la sociedad, que ha ido aceptando comportamientos inmorales, corruptos y ha presentado “triunfadores” bien conocidos como personas al margen o en contra de la ley. Así es fácil caer en la tentación, sobre todo cuando a las personas se les califica por lo que tienen o aparentan tener, no por lo que son. Creo en los buenos periodistas que siguen con el mismo vehículo después de muchos años, que tienen una vivienda acomodada, los hijos en escuelas y colegios acorde a sus posibilidades reales, no viajan al exterior y no se cobijan a la sombra de funcionarios o empresarios. ¡Felicidades, periodistas!