Migrantes
Soledad, esperas eternas y miedo en los centros estadounidenses para
Fueron dos años, pero la mexicana Alejandra Pablos revive la experiencia cada día. Aún le atormenta la soledad, las esperas eternas y el miedo que sufrió en uno de los centros de detención de Estados Unidos, en los que actualmente viven recluidos casi 40.000 inmigrantes.
Como muchos, Pablos estaba pendiente de la decisión que tenía previsto emitir el Tribunal Supremo de EE.UU. sobre un decisivo caso sobre los centros de detención.
El alto tribunal, sin embargo, decidió postergar su decisión para volver a evaluar en los próximos meses el caso, en el que tendrá que decidir si los inmigrantes, como cualquier ciudadano estadounidense, tienen derecho o no a una audiencia que examine su reclusión y les permita quedar en libertad mientras esperan una resolución.
Pablos tuvo derecho a audiencias ante un juez cada cuatro meses durante los dos años (2011-2013) que estuvo recluida en el centro de Eloy, en Phoenix (Arizona).
“El sistema es lento y está roto -criticó-, hay pocos jue- ces y no hay gente suficiente trabajando en el área de inmigración. Al mismo tiempo, intentan llenar camas, nos tratan como productos, para ganar beneficios, y acabamos pasando allí mucho tiempo”.
La mujer se refirió así a la “cuota de cama ”, una disposición federal que exige mantener diariamente a por lo menos 34.000 inmigrantes en los centros de detención para poder hacer rentable el negocio a las empresas privadas que las gestionan. Entre octubre de 2016 y el 3 de junio de este año, según datos del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE), en los centros de detención hubo de media diaria 39.102 individuos, una cifra que se ha mantenido casi estable desde la crisis de niños llegados solos desde Centro américa en 2014.
Pablos consiguió salir del “infierno” del centro de detención de Arizona en noviembre de 2013 gracias a la fianza de 9,000 dólares que pagó su hermano, un veterano de la Fuerza Aérea de EUA que combatió en Kuwait y se sintió indignado al ver cómo el país por el que había luchado estaba tratando a su hermana.
La mujer llegó a Estados Unidos desde México en 1985 cuando tenía solo 6 meses. Se crió en California con su madre y con su hermano menor, nacido en territorio estadounidense. A los 14 años, se mudaron a Tucson (Arizona) y allí Pablos logró la tarjeta de residente permanente (“green card ”), mientras que su madre consiguió la ciudadanía estadounidense.
En 2011, Pablos se metió en un lío: la Policía le descubrió artículos para consumir dro- gas y fue condenada a cinco años de libertad vigilada y, al cumplirlapena, el ICE la atrapó para expulsarla a México tras revocársele la residencia permanente.
La incredulidad, la ansiedad, la desesperación, el miedo y la confusión se apoderaron de ella, cuando se vio “atrapada en el sistema migratorio” de Estados Unidos.
Sin embargo, uno de los aspectos más preocupantes para Pablos y, para las organizaciones defensoras de los derechos de los inmigrantes, es el cuidado sanitario en los centros.
Precisamente, en un informe divulgado en mayo, Human RightsWatch denunció que la atención médica en los centros muestra una “peligrosa precariedad” debido a unos cuidados de baja calidad yes casa supervisión.