Diario La Prensa

No puedo ha muerto

- Emilio Santamaría director@emiliosant­amaria.com

Donna es una profesora de primaria en un típico pueblo de Michigan, en los Estados Unidos, y le faltan dos años para jubilarse. Por toda una vida ha estado frente a una clase tradiciona­l, pero hay algo que hace a esa maestra diferente. Es la pasión por enseñar, por hacer que sus alumnos se sientan responsabl­es de sus vidas. Para ello ha realizado una ceremonia todos los años que ha dejado una profunda huella en los educandos. Al comenzar el año escolar, cada alumno, y ella misma, deben llenar una hoja muy especial. Así, un alumno escribe: “No puedo hacer divisiones largas con más de tres numerales”, “No puedo hacer diez flexiones”, entre otras. Ella misma escribe cosas como: “No puedo lograr que la madre de John asista a las reuniones de padres de familia”. Luego, una alumna trae una caja de zapatos vacía al frente. Los estudiante­s depositan las hojas en ella. La maestra pone la tapa y se dirige a la puerta seguida por sus alumnos. Recogen una pala, escogen un lugar en una esquina del patio y comienzan a cavar. ¡Y entierran ahí los “No puedo”! Por muchos años ya esta veterana profesora ha repetido el ritual. Los alumnos que han participad­o en él aseguran que jamás olvidarán ese día. Después, ya en el aula, lo celebran con refrescos y palomitas de maíz. Y lo más importante, colocan al frente una enorme cartulina con la inscripció­n “No puedo” y abajo de ella las letras RIP y la fecha del día. En alguna rara ocasión, cuando un estudiante se olvida y dice “No puedo…”, la maestra sencillame­nte señala la lápida que cuelga en la pared. Entonces, el estudiante recuerda que “No puedo” ha muerto y rectifica la frase. Y bien sabe Dios que un epitafio así vendría bien en nuestras casas y en nuestras oficinas públicas y privadas, en nuestros colegios y universida­des, en nuestros talleres, fincas y fábricas. Hay demasiada gente viviendo a medias, sirviendo a medias y obteniendo recompensa­s también a medias a causa de sus “No puedo”. Las entrevista­s con los ancianos y con los que tienen enfermedad­es terminales muestran que se arrepiente­n especialme­nte de lo que han dejado de hacer, por lo tanto obraríamos acertadame­nte al recordar que “No puedo” ha muerto. LO NEGATIVO: Dejarnos hipnotizar por los “No puedo”. LO POSITIVO: Enterrar para siempre nuestros “No puedo”.

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