Diario La Prensa

El dulce encanto de los secretos

“CHARLES DE GAULLE SOLÍA DE CIRQUE EL VERDADERO PODER ES AQUEL QUESIEMPRE ESTÁ RODEADO DE MISTERIO”

- Víctor Meza casatgu@cedoh.org

Como suele suceder con el dulce aroma del dinero, los secretos también suelen producir un dulce encanto. Quien los posee se siente especial, superior, muyprivile­giado, un dicho so poseedor de informació­n y datos que, si son bien utiliza dos, en el momento oportuno yen manos de las personas indicadas, pueden conducir a situacione­s de ventaja y privilegio desmedidos. Esloque llaman el poder de la informació­n. En los pasillos del Vaticano, entre los agentes de sus servicios de inteligenc­ia( la Santa Alianza y el Sol ida ti o Pianum), circula la máxima aquella deque en la casa del Papa lo que no essecreto, especado. Unaforma misteriosa, casilitúrg­ica, decubrir la informació­n con un manto de misterio que la vuelve más codicia da yfascinant­e. Noenbalde Charles DeGaul le solía decir que el verdadero poderes aquel que siempre está rodeado de misterio. En los regímenes totalitari­os, el secreto alcanza sus cumbres de gloria. Está por todas partes, aparece por doquier y ostenta su ha lo misterioso hasta en las cosas y actividade­s más simples y cotidianas. El secreto se vuelve normal y la informació­n es la excepción. Peroelsecr­eto, siseleutil­izaen forma des medida y sin límites, es la puerta abierta para la arbitrarie­dad yelabuso. Es la ruta segura hacia la opacidad, negación constante de toda transparen­cia y apertura. No es casual que las dos palabras clave durante el mandato de Mi jaílGor vach o ven la antigua Unión Soviética, fueran“pe restroik ay glas nost ”, es decir reconstruc­ción y transparen­cia o claridad. Dos nociones que definían el supremo esfuerzo por cambiar las cosas y modificar de una vez por todas aquel mundo gris y secreto, heredado desde los tiempos delestalin­ismo. El tema del secreto y la llamada “cultura delas ec re ti vi d ad” se ha implantado con fuerza en la agenda nacional en los últimos días. La razón hay que buscarla en algo que parecía inevitable desde el principio: la demanda de la Misión de apoyo contra la corrupción ylaimp unidad– laMaccih– para modificar o sustituir la ominosa Ley de secretos que el Congreso Nacional aprobó en los comienzos de este Gobierno, a petición del influyente Consejo Nacional de Defensa y Seguridad, presidido por el actual gobernante Hernández. Esa Ley, que convierte en secreta la actividad de numerosas institucio­nes del Estado y anula, en consecuenc­ia, los logros positivos que representa­ba la Ley de acceso a la informació­n pública, es una verdadera aberración jurídica. Violenta los más elementale­s derechos de las personas a demandar y recibir informació­n legítima sobre la gestión pública y el desempeño del Estado. Niega el derecho de los ciudadanos a conocer cómo funciona el Estado, en qué gasta el dinero qué recauda y en qué forma administra la llamada cosa pública en general. Es una Ley para proteger y asegurar la opacidad de la gestión pública. Una norma jurídica que se convierte en apropiado paraguas para los que quieren esconder sus actos de corrupción. En nombre de la seguridad nacional y la defensa del Estado, los gobernante­s pretenden ocultarlo todo, desde las misteriosa­s cuentas de la llamada Tasa de seguridad hasta los inofensivo­s números de la contabilid­ad del servicio de agua potable, pasando por supuesto –cómo no– por los maloliente­s rubros del erario del Seguro Social. Y, como si fuera poco, el texto de la ley deja abierta la puerta para incluir más dependenci­as y entidades del Estado en la ya larga lista de espacios secretos y recodos burocrátic­os a salvo de miradas curiosas. Tanto los patrocinad­ores como los legislador­es que propusiero­n y aprobaron este peligroso instrument­o de opacidad y silencio, sabían muy bien lo que hacían y todavía mejor lo que protegían. No es casual que uno de los miembros de la junta directiva del Parlamento, un señor Pérez, creyendo ser ingenioso en la defensa de la ley, declaró que la misma no es un invento hondureño “como son las baleadas”. Vaya gracejada sin gracia, tontería convertida en argucia de leguleyo. La discusión está planteada. La Maccih ha elaborado ya una nueva propuesta, el texto de una nueva ley que combina, con equilibrio jurídico y tacto democrátic­o, las legítimas necesidade­s de discreción y secreto en materia de defensa y seguridad con las más legítimas urgencias de los ciudadanos para tener libre acceso a la informació­n pública. Basta ya de impunidad revestida de secreto.

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