El ocaso del pudor
“CONEL ADVENIMIENTO DE LAS REDES SOCIALES PARECIERA QUE ESTAMOS ASISTIENDO AL O CASO DEL PUDOR”
Por encima de las modas o de las costumbres de algunas culturas, los seres humanos hemos tenido siempre derecho a la privacidad de nuestro cuerpo y de nuestro mundo interior. El pudor, entendido como virtud humana, nos ha hecho ver la importancia de ocultar y proteger ciertas partes del cuerpo y de mantener la reserva necesaria sobre nuestras ideas y sentimientos más íntimos y cuya difusión no nos interesa o no nos beneficia. Y esto ha sido bueno. Sin beaterías, hacer del cuerpo algo público de alguna manera implica dar a los demás derecho sobre él; colocar en una vitrina nuestra intimidad puede ser síntoma de muchas cosas: inmadurez, exhibicionismo, baja autoestima y otras cosas más. Desde hace un par de décadas, los “talk shows” introdujeron en la televisión la impudicia más descarada, el morbo más vulgar y la curiosidad más insana. Desde entonces, un largo desfile de seres desgraciados nos han contado sus desventuras, sus supuestos padecimientos y sus experiencias y “secretos” más personales. La infidelidad, el incesto, la pederastia y otras mil maldades se convirtieron así en motivo de diversión, en conversación de pasillo, en cura para el aburrimiento de más de un desocupado. Luego llegaron los “reality shows”. El hambre, porque los premios han sido muy jugosos, o el deseo de saltar a la fama ha llevado a cientos de personas a arriesgar su vida en una isla desierta, a pasar mil peripecias, a hacer sus necesidades ante una cámara. Otros se han dejado espiar las veinticuatro horas del día, solo para entretener a un público ávido de novedades y escaso, escasísimo de cultura. Con el advenimiento de las redes sociales las cosas han ido a peor, pareciera que estamos asistiendo al ocaso del pudor; se exhiben, se publican, se “cuelgan” imágenes, reflexiones, intimidades, preferencias, que quien las coloca considera importantes, aunque a quien las observe o lea les parezcan tonterías. Hay quien coloca en la red fotos de lo que va a desayunar, del vestido que se va a poner o de su ombligo asqueroso. Hay que ser muy vanidoso, o muy tonto, para pensar que semejantes boberías son noticia o pueden interesarle a alguien más que a él mismo. Hay quien sigue a Lady Gaga o a Justin Bieber, y pierde el tiempo viendo fotos y leyendo textos de alguien que ignora su existencia y que no ve en él más que una fuente de ingresos, un seguidor anónimo que le reporta ganancias. La idea de guardar la intimidad para la persona que iba a ocupar un sitio definitivo en la vida parece estar superada, el respeto por la propia imagen, física o espiritual, también. Y es triste y peligroso, porque el ocaso del pudor conlleva la pérdida del respeto hacia uno mismo y hacia los demás. Luego no nos quejemos.