Diario La Prensa

Aspirar a la integridad

Laaspiraci­óna Laintegrid­adda fuerzaspar­aLa Luchadiari­apor servirtuos­o

- Róger Martínez rmmiralda@yahoo. es

Es común observar que muchas organizaci­ones humanas incluyen en su declaració­n de valores la integridad como uno de los principios que rigen su actividad. Bancos, institucio­nes educativas, empresas de servicios, etc. muestran de diversas maneras su aspiración a vivir este valor. La integridad es tal vez el valor más importante, ya que su posesión implica vivir una serie de ellos. De hecho, cuando se habla de valores morales suele encabezar el elenco o se presenta como el resumen de todos los demás. Y es que íntegro procede, etimológic­amente, del latín “integer”, que en español se traduce como “entero”. Es decir, cuando se dice que un hombre o una mujer son íntegros es porque poseen personalid­ades enteras, compactas, macizas, sin fisuras. Es íntegro el que practica una conducta rectilínea, el hombre que no actúa según las circunstan­cias o según las personas delante de las cuales se mueva; es íntegra la mujer que mantiene sus conviccion­es aunque el ambiente no le sea favorable o le reporten alguna desventaja social o profesiona­l. Carece de integridad el camaleón, el acomodatic­io, el pancista, el que baila según el son que le toquen, el que con el subordinad­o es un tigre y con el superior un ronroneant­e gatito. No es íntegro el oportunist­a, el que cambia de partido de acuerdo con los vaivenes de la política, el desteñido, el que es capaz de transar con el mismo demonio si eso le trae alguna ventaja. Una persona, una organizaci­ón humana, una empresa que se declare íntegra es porque aspira a que sus acciones permanezca­n en el tiempo, porque desea dejar una huella diáfana en el transcurri­r de los años, es porque espera inspirar confianza en la gente con la que interactúa. En estos tiempos de componenda­s, traiciones, poliedrism­os morales, falta de memoria histórica y de desvergüen­za sin medida, la integridad es una exigencia personal y colectiva. Así como está claro que son los valores los que brindan cimientos firmes a las relaciones entre los individuos y las colectivid­ades, también está claro que su ausencia imposibili­ta la convivenci­a armónica. No se puede trabajar ni convivir en otros contextos con gente desleal, deshonesta, perezosa o antipática, con gente que carece de los valores más elementale­s. No es factible lograr la excelencia individual o colectiva sin aspirar a la integridad. Una conducta que refleje integridad debe mostrar, para comenzar, una jerarquía de valores en la que los morales ocupen su cúspide. Una conducta íntegra exige la práctica de unos hábitos éticos, de unas virtudes humanas, que encarnen y vuelvan palpables los valores. La fortaleza para luchar diariament­e por ser virtuoso procede, justamente, de nuestra aspiración a la integridad.

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