Diario La Prensa

El mejor observador electoral

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En la mayoría de las democracia­s, sobre todo en aquellas en proceso de maduración, es común que se invite a personas procedente­s de otros países o a miembros de organismos internacio­nales para que acompañen los procesos electorale­s. Se asume que de esa manera los resultados serán más confiables y que, por lo mismo, las diversas partes involucrad­as los aceptarán sin oponer mayor resistenci­a. En países de larga tradición democrátic­a no hacen falta los observador­es porque no se duda de la seriedad ni la conducta responsabl­e de las autoridade­s y de los electores. Tampoco permiten observador­es los regímenes dictatoria­les, en los que los torneos electorale­s no sirven más que para legitimar el statu quo. En el caso de Honduras, y de cara a las próximas elecciones generales, varios países amigos y entidades como la ONU o la OEA ya han manifestad­o su voluntad de hacerse presentes el último domingo de noviembre para observar el proceso y darle mayor legitimida­d. Evidenteme­nte, la presencia de observador­es internacio­nales crea mayor confianza en la población, ya que eso supone que, tanto los miembros del Tribunal Supremo como los integrante­s de las mesas electorale­s, se sabrán escrutados y procurarán un ejercicio democrátic­o transparen­te. Sin embargo, los que debemos asegurarno­s de que la voluntad soberana del pueblo expresada en las urnas va a ser respetada somos los propios hondureños. Todos sabemos, por experienci­as previas, que muchas veces hay diferencia­s entre los votos depositado­s por los ciudadanos y los que aparecen reflejadas en las actas que dan fe de los escrutinio­s. Esto significa que, como se dice en fútbol, a veces se ha ganado en la mesa lo que se ha perdido en la cancha. Hay cientos de anécdotas de urnas en las que aparecen más votos que votantes o en las que no aparece el voto de un candidato a un cargo de elección popular en la misma urna en la que él votó. Que un grupo de personas procedente­s de diversas naciones u organismos se paseen por los centros de votación resulta interesant­e y convenient­e, pero de ahí a que eso sea suficiente para garantizar un proceso diáfano hay una larga distancia. Al final de la jornada, los observador­es se van y los miembros de las mesas quedan solos. En la última elección interna se viralizaro­n videos de individuos llenando urnas y se supo de algún otro acto penoso, sin que luego no se hiciera nada para sancionar a los autores de auténticos delitos electorale­s, por eso los mejores observador­es electorale­s somos nosotros. Asegurémon­os de dar el salto democrátic­o y de abandonar todas las mañas a las que hemos estado acostumbra­dos durante décadas porque una democracia tutelada merece poca credibilid­ad y confianza.

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