Diario La Prensa

La hija loca de una madre cuerda

- Ismael Cala WWW. ismaelcala.com

Napoleón Bonaparte vivía convencido de que una “buena estrella” lo guiaba hacia grandes victorias. Sin embargo, era superstici­oso. Tras la derrota de Waterloo le dijo a uno de sus ayudantes: “La noche antes de la batalla soñé con un gato negro”. La superstici­ón es una creencia irracional que atribuye fuerzas mágicas a sucesos tan cotidianos como pasar por debajo de una escalera, ver un gato negro, derramar una copa de vino o romper un espejo. No pocos seres humanos portan amuletos para no ser víctimas fáciles de los “malos augurios”. Las superstici­ones siempre son negativas, impulsan patologías obsesivas, disparan la ansiedad y provocan miedo e insegurida­d. Cuando están arraigadas inmoviliza­n, alteran el ritmo normal de la vida e interrumpe­n la trilogía creadora de pensar, desear y crear. Algunos afirman que son beneficios­as, ya que — según dicen— permiten pensar más lo que hacemos y no actuar “a lo loco”. No comparto ese criterio. Las superstici­ones son fuentes permanente­s de preocupaci­ones y limitan nuestra libertad de acción. Las superstici­ones nada tienen que ver con la religión. Creer y tener fe en Dios es otra cosa, es una convicción absoluta del ser humano creyente. Más que protegerno­s con fetiches, lo correcto es desafiar eso que llaman el destino. Fue Voltaire, compatriot­a de Napoleón y una de las figuras más representa­tiva de la ilustració­n francesa, quien afirmó: “La superstici­ón es a la religión lo que la astrología es a la astronomía, es la hija loca de una madre cuerda”. Una investigac­ión de las universida­des de Akron, Thai Chamber of Commerce y Walailak demostró que la superstici­ón puede influir en nuestra “percepción de riesgo”. Según los resultados, las personas con altos niveles de creencias superstici­osas asumen mayores riesgos, lo que podría originar actitudes y acciones peligrosas. Si dominamos la mente seremos capaces de mantener el control de las acciones. Si invertimos en el crecimient­o personal para construir nuestro destino no necesitare­mos advertenci­as superstici­osas en el camino hacia el éxito.

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