Patriotismo septembrino
El redoblar de los tambores, las banderas flameando y las decoraciones blanco y azul en comercios, centros educativos y en muchas entidades gubernamentales y privadas, nos recuerdan que estamos en septiembre. En este mes los hondureños celebramos nuestra emancipación de España y la llegada de una copia del acta de independencia a nuestro territorio, y conmemoramos el fusilamiento de Francisco Morazán, nuestro héroe máximo, en Costa Rica. En este mes se fomenta, más que en ningún otro, el valor del patriotismo. Cuando pensamos en el valor del patriotismo, usualmente pensamos también en septiembre. Este hecho parece manifestar que ese valor está indisolublemente ligado con los desfiles, las palillonas, los actos cívicos, los altares patrios y los discursos encendidos, pronunciados en distintos momentos y lugares a lo largo del mes. Es claro que todas estas actividades contribuyen a un mayor conocimiento de la historia nacional, a fomentar el orgullo por lo nuestro y a hacer votos por la paz y la prosperidad de la república. Cada uno de estos actos, bien orientados y aprovechados ayudan a nuestra niñez y juventud a tener mayor conciencia de nuestros orígenes como nación y, por lo tanto, a proyectar mejor nuestro futuro. Sin embargo, hace falta dar un salto cualitativo en el cultivo del patriotismo. Como todos los valores, el patriotismo es una idea, una aspiración, un deseo. La intangibilidad de los valores, del patriotismo también, los vuelve muchas veces inaprehensibles, volátiles, demasiado aspiracionales y poco concretos, poco prácticos. Y, las ideas, los sueños, por buenos y bonitos que sean, solo sirven como marco o como detonante de las acciones y para poco más. Para que el patriotismo supere su intangibilidad es indispensable transformarlo en conducta, es necesario volverlo observable, palpable. Para el caso, duele ver cómo quedan las calles de las ciudades después de los desfiles. No puede fomentarse el amor a Honduras cuando convertimos sus calles en basureros. Duele el bolsillo de los padres por los gastos que deben realizar para que sus hijos participen a alguna de las actividades propias del mes, cuando debería cultivarse la sobriedad y el sentido del ahorro, que tanta falta nos hace. Luego, habría que ver cuán coherentes son los encargados de pronunciar discursos y palabras alusivas; si hay sintonía entre lo que dicen, lo que piensan y lo que hacen. Porque un orador que exalte la imagen de la patria y luego falta a sus obligaciones laborales no debería decir nada; una persona que con sus labios hable bien de Honduras pero con sus obras la apuñale, no es digno de llamarse hijo de ella. Que el septiembre que estamos viviendo nos lleve a la reflexión y nos ayude a ser buenos hijos de tan buena madre.