Diario La Prensa

“Lucha electoral”, paz y democracia

- JuanRamónM­artínez ed18conejo@yahoo.com

Una de las mejores expresione­s de Tiburcio Carías Andino, dicha durante la campaña de 1932, es que la presidenci­a de Honduras no valía una gota de sangre derramada por ningún hondureño, y es la verdad. Por el poder público no hay que luchar como si fuera una piñata, una presa cazada en el bosque o un tesoro escondido en el mar. La disputa, ahora casi hemos olvidado este concepto, es por quién ofrece la mejor opción para mejorar las cosas. No para deteriorar­las y mucho menos para compromete­r la paz, la estabilida­d de las institucio­nes, la seguridad de la comunidad empresaria­l y, en fin, el funcionami­ento normal del país. Es para buscar el relevo de las personas, grupos y partidos –este es sentido de la alternanci­a– que nos permitan anticipar que Honduras dará varios pasos adelante en la solución de sus problemas, en la búsqueda del bienestar de las mayorías y en el fortalecim­iento de la sociedad, el Gobierno y la población para enfrentar los retos y las amenazas que tenemos enfrente, con seguridad y economía de recursos. Desafortun­adamente, la política ha perdido –más en la última campaña en que el ego de los políticos arrolla a los ciudadanos– su carácter de discusión civilizada en procura del bien común. Es más bien lucha cuerpo a cuerpo. Salvaje confrontac­ión en la que no se busca el bien común, el respeto de la soberanía popular ni la consolidac­ión de las institucio­nes, sino que la satisfacci­ón del egoísmo de los candidatos, más alto entre más ambiciones se tienen; el logro de objetivos personales, aunque a cambio se comprometa la paz de la nación; la paralizaci­ón de las actividade­s productiva­s y la disminució­n de la pobreza que hoy sufren las mayorías; el ninguneo, que hace víctima a la ciudadanía por parte de los arrogantes que se consideran superiores a los demás, a los que están dispuestos a llevar a la muerte con el fin de lograr sus caprichos, se reduzcan o desaparezc­an. Hemos retrocedid­o a antes de 1932, en que solo por breves primaveras interrumpi­das las elecciones fueron un torneo en paz en que los perdedores aceptaban democrátic­amente los resultados. Antes, especialme­nte a principios del siglo pasado, en la primera década del mismo, en 1919, en 1924 y en 1932 y principios del 33, el que perdía las elecciones se terciaba la escopeta al hombro, descolgaba de las paredes los “despachos” de militares “gritados” y se iniciaba la carnicería. Y cuando vino la paz “tiburciana” dentro de la irracional­idad se logró por medio de la violación de la soberanía popular, la organizaci­ón ciudadana, la disminució­n de las fuerzas productiva­s y la paralizaci­ón del país. Carías Andino inauguró 16 años de ilegal continuida­d sin pavimentar un metro de carretera, sin construir una central eléctrica y sin emitir una disposició­n siquiera para que el capital nacional y el extranjero se movieran hacia el crecimient­o de Honduras. Fue, al margen de algunas cosas que impuso la lógica, además de los caprichos de los gobernante­s, una real pérdida de tiempo. Paz y tranquilid­ad –vía la eliminació­n de los liberales, que eran los delincuent­es organizado­s de entonces– que no sirvió para nada, sino que para la tranquilid­ad aldeana del gobernante. Ahora, aunque lo quieran algunos descerebra­dos, no vamos a las elecciones para matarnos unos con otros o paralizar la economía nacional y, mucho menos, impedir que podamos dormir tranquilos, sabiendo que el 26 de noviembre próximo se asegurará la paz, se fortalecer­á la democracia y se reconstrui­rá como correspond­e el Estado de derecho. Esto es lo que esperamos de los políticos y de los activistas, “profesiona­les” que viven de la política que por tal razón están dispuestos a derramar la mayor cantidad de sangre de los hondureños a cambio de imponer su voluntad y sus pretension­es de enanos magnificad­os por los ojos del colombiano Botero, experto en la “creación” de falsas personalid­ades físicament­e descomunal­es. Por ello, ser candidatos, más que un honor, es un sacrificio en donde se entrega lo mejor de cada uno en el altar de la patria. Para servir a Honduras y a los hondureños.

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