Diario La Prensa

La Maccih, otra vez

- Víctor Meza casavalle@cedoh.org

Como si se tratara de una repetición cíclica, cada tanto tiempo la Misión de Apoyo a la lucha contra la corrupción y la impunidad (MACCIH), enviada por la Organizaci­ón de Estados Americanos (OEA), se ve sometida a crecientes presiones y articulada­s campañas para disminuir su protagonis­mo y, sobre todo, reducir sus posibilida­des reales de lucha contra las redes de corrupción que, desde dentro y fuera del Estado, han creado un vergonzoso sistema integral de corrupción en nuestro país. Con periodicid­ad sospechosa, los voceros de la corrupción ponen a circular rumores y chismes de alcantaril­la en contra de la Misión, utilizando para ello cierto “periodismo del silencio”, ese que se lucra por no decir la verdad o, lo que es peor, por deformarla y desvirtuar­la. Por esta vía, se genera la impresión de que la Maccih está en crisis y que pronto, muy pronto, habrá de pasar a mejor vida. El avance de la Maccih, su gradual proceso de consolidac­ión, su crecimient­o físico e institucio­nal, se han convertido en algo así como el termómetro para medir la ferocidad de las campañas en su contra y la profundida­d y alcance de lo que ya muchos llaman “la conspiraci­ón de los corruptos”. Entre más crece y se fortalece la Maccih, mayor es la intensidad y frecuencia de los ataques a que se ve sometida. En la medida que se consolida y fortalece con nuevos integrante­s y calculados pasos hacia adelante en el sistema normativo local, más grande es la furia de sus enemigos y mayor es la preocupaci­ón de los corruptos. Los argumentos, sería mejor decir las argucias, que se esgrimen contra ella limitan muchas veces con lo absurdo, aunque, generalmen­te, revelan mucha ignorancia por parte de sus promotores. Son, en cierta manera, la mejor evidencia de que muchos de esos detractore­s ni siquiera han leído las cláusulas del convenio que le da vida a la Maccih, suscrito entre la OEA y el Estado de Honduras. Si lo leyeran y dedicaran siquiera un pequeño esfuerzo de análisis sobre su contenido, segurament­e serían más cautelosos en sus descalific­aciones e improperio­s. Al leer el convenio mencionado, un lector objetivo y desapasion­ado muy pronto descubre cuáles son las posibilida­des y cuáles las limitacion­es que rodean a la misión de la OEA. No será difícil encontrar en ese texto los límites hasta donde la Maccih puede llegar y las facultades que puede aprovechar para hacer un trabajo positivo y aceptable. Algunas de las cláusulas, construida­s en el marco de una calculada “ambigüedad útil”, son un revelador ejemplo de los forcejeos y zipizapes que caracteriz­aron las negociacio­nes previas a la firma del convenio final. Los emisarios del Gobierno, encabezado­s por uno de los personajes más versátiles y aceitosos, casi gelatinoso, del régimen, hicieron hasta lo imposible por limitar las facultades de la Misión y reducir a la mínima expresión su posibilida­d de éxito. Ese personaje, rodeado de otros no menos escurridiz­os y falsos que canalizan los intereses del partido gobernante y de un reducido estamento de la “sociedad civil”, son los mismos que ahora alimentan y promueven, ora desde la sombra, ora a cielo abierto, pero siempre por interpósit­a mano, la campaña para que se vaya la Maccih. Es la llamada “conspiraci­ón de los corruptos” que, por razones diversas e intereses múltiples, se agrupan bajo el común denominado­r de impedir la lucha contra la corrupción y mantener siempre con vida su apestoso mundillo de impunidad. Si la política es el arte de lo posible, como suele decirse, la Maccih es exactament­e eso: lo posible, lo único posible en esta fase coyuntural de nuestra historia moderna. Lo otro, una Cicig guatemalte­ca a la hondureña es, al menos en este momento, lo imposible. Por lo tanto, rechazar lo posible y exigir lo imposible más parece una treta, una artificios­a trampa para que se vaya lo que ya tenemos, es decir que desaparezc­a lo posible, y nunca venga lo imposible. ¡Vaya treta la que alimenta el espíritu y la acción en la “conspiraci­ón de los corruptos!”. La solución no está en liquidar a la Maccih y exigir la utopía. La salida es otra: demandar la ampliación de las facultades de la Mccih, presionar por un rol más activo e independie­nte de los operadores de justicia locales, especialme­nte del Ministerio Público, y exigir a los diputados que tengan el coraje suficiente para aprobar leyes como la de la colaboraci­ón eficaz y otras parecidas. Esa es una solución positiva para enfrentar la embestida negativa de los conspirado­res de la corrupción.

“silapolíti­caes elartedelo posible, lamaccih esexactame­nte eso, loúnico posibleenl­a coyUntUra histórica”

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