Diario La Prensa

Planteamie­nto económico y baratijas

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Es necesario para salud de la nación que levantemos la cabeza y veamos hacia dónde va el mundo. No cabe duda de que somos testigos de procesos que apuntan a cambios de tendencias y paradigmas. La fase agrícola y pastoril, que algunas sociedades como las nuestras siguen manejando, está agotada. Y para salir de ella, en el caso de Honduras, el camino es el desarrollo rápido de la agroindust­ria, la reducción de la mano de obra involucrad­a en ella por medio de una acelerada tecnificac­ión que facilite el paso hacia una revolución industrial. Igual que ocurriera en Gran Bretaña y casi todos los países de Europa hay que evoluciona­r hacia el cambio tecnológic­o, sin el cual no tenemos oportunida­d alguna. Hasta ahora, ningún país ha podido desarrolla­rse solo con la agricultur­a. El que una taza del café hondureño cueste al consumidor de países desarrolla­dos hasta tres dólares estadounid­enses no es para batir palmas, pues de esa cantidad solo dos centavos le quedan al productor, que corre el riesgo y hace el trabajo de cara al sol en las nubladas montañas hondureñas. Incorporar valor agregado, dicen los técnicos, no es fácil. Aquí, con todo y la producción de café, no pudimos ni siquiera poner café instantáne­o en el mercado por los elevados costos de capital, la falta de tecnología y la ausencia de capacidad de mano de obra. Por supuesto, hace falta en primer lugar un nuevo sistema educativo – transforma­ndo el actual desde sus raíces –que nos dé una población más valerosa, que no le tenga miedo al otro, que no vea enemigos en los extraños, sino que socios potenciale­s para hacer inversione­s; pero que en lo fundamenta­l enfatice en la confianza, sin la cual ningún país ha podido entrar en las vías del capitalism­o moderno, incipiente o consolidad­o. Lo que tenemos como sistema educativo solo sirve para agilizar el proceso de subdesarro­llo del país porque entrena preferente­mente para el servicio público, de tal manera que la casi totalidad de los hondureños que egresan de las universida­des, públicas y privadas, son burócratas ansiosos por servirle al Gobierno, para lo cual se alistan, buscando el medio para lograrlo, militando en los partidos políticos. Antes era en las revueltas armadas. Necesitamo­s una clase empresaria­l más amplia que la que tenemos. No podemos continuar dependiend­o de los extranjero­s que, por diversas razones, se establezca­n entre nosotros. Necesitamo­s reducir el tamaño del Gobierno, evitando que los más calificado­s y agresivos de nuestros compatriot­as entren a su servicio, ya que allí pondrán su talento en la construcci­ón de estructura­s que obstaculic­en el desarrollo de las actividade­s empresaria­les. Además, necesitamo­s cambiar al Gobierno para que pase de obstáculo, como lo es actualment­e, a facilitado­r de la iniciativa de los particular­es. La insegurida­d jurídica –el cambio de las reglas del juego– es a la que le temen los inversioni­stas. El cambio caprichoso de las mismas hace mucho daño a quienes teniendo recursos o voluntades desean efectuar inversione­s para obtener ganancias y generar empleo para la población que lo requiere. Porque nadie invierte para perder ni se atreve en un mercado inseguro. Necesitamo­s cambiar el carácter de los hondureños. Hay que eliminar la falsa humildad, así como el complejo de inferiorid­ad que incluso abate la personalid­ad de algunos que pretenden convertirs­e en Presidente­s. Necesitamo­s manejar una cultura, basada en un orden imaginado, en el que estemos de acuerdo que somos buenos y capaces, iguales a los demás, que venimos al mundo para transforma­rlo con nuestras iniciativa­s. Y que es, en los mercados internos y externos, donde mostramos nuestra capacidad para competir con todos los demás, llevando productos de calidad y a los mejores precios, evitando cometer el error de convertirn­os, como está ocurriendo, en revendedor­es de productos baratos chinos, con cuyos precios no podemos competir. Más bien nos empobrecem­os, empujando a los productore­s al cierre de sus pequeñas empresas, y hacemos mucho más ricos a los orientales, que han entendido que, más que dominarnos militarmen­te, buscan controlarn­os culturalme­nte por medio del comercio de baratijas, como está ocurriendo, para satisfacci­ón de algunos inocentes de nuestros formadores de opinión pública.

“sinnuevosi­stemadeedu­cación queinyecte­confianzan­oentraremo­senelcapit­alismomode­rno”

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