Tolerancia ante todo
De tanto recorrer un camino conocido, en ocasiones perdemos la capacidad de prestar atención a los detalles que nos advierten que podríamos tener tropiezos y en consecuencia, el riesgo repetido de caer en los mismos sitios. Nos pasa a las personas, a las colectividades y al mundo entero. Nos gusta ver y escuchar todo aquello que nos refuerza las propias actitudes y opiniones. Lo diferente no lo consideramos, en el mejor de los casos; lo rechazamos, lo condenamos e incluso, hasta perseguimos, en el peor. Así, la tolerancia, entendida como el respeto hacia los derechos y libertades de los demás, es un reto permanente para la humanidad, indispensable para construir una cultura de paz. Hace pocos días, el 16 de noviembre, se conmemoró el día de la tolerancia, fecha marcada por la Organización de las Naciones Unidas, ONU, desde 1995. La cercanía de la fecha y la persistencia del irrespeto a las diferencias, merecen tomar un tiempo para reflexionar sobre el tema. Hay que comenzar por aclarar que tolerar no implica aceptar, sino reconocer que los demás tienen el derecho de pensar, creer y ser diferentes. Es comprender que tenemos el derecho de expresarnos, aunque no compartamos las mismas ideas. Es poder disentir, en un ambiente de respeto colectivo y de seguridad para las personas. La exacerbación de pensamientos y acciones basadas en la superioridad por diversos motivos parece ser cíclica. La historia nos cuenta de casos extremos que nos ponen a pensar una y otra vez en la pregunta ¿cómo pudo suceder esto? Encontramos casos de todo tipo en el mundo; episodios cortos o capítulos enteros de la historia mundial. Por lo general, pensamos en el caso clásico supremacista de Adolfo Hitler y el nazismo; pero hay muchos más: las purgas en la Unión Soviética de Stalin, el genocidio en Ruanda, la crisis de Los Balcanes, el conflicto en Camboya, la crisis en Siria, que posiblemente nos parezcan lejanos en el tiempo o en el espacio. Los desaparecidos de antaño por causas políticas en diversos países de Suramérica, como Chile en la época de Augusto Pinochet, por ejemplo. En Centroamérica, y específicamente en Honduras, en plena guerra fría hace algunas décadas, época en la que imperaba la desconfianza y el miedo. La intolerancia es mala compañía, lo sabemos de sobra, pero persistimos en ella como una amenaza latente para la paz y la convivencia armónica. ¿Por qué es relevante este tema para nuestra actualidad hondureña? Porque en tan solo unos días acudiremos a las urnas para decidir quiénes serán nuestras autoridades durante los próximos cuatro años, y porque hoy, a pesar de la pluralidad de partidos, encontramos dos ideologías imperantes y opuestas. Ir a las urnas en un clima de paz y respeto es responsabilidad de todos. No encendamos los ánimos con ofensas que lleven a la agresión mayor, porque a pesar de nuestras diferencias, todos compartimos un destino común como nación. Es precisamente en la diversidad donde podemos encontrar mayor riqueza de ideas para buscar soluciones a los problemas que nos aquejan en Honduras. Ningún partido en solitario puede hacer frente a esta responsabilidad, por lo tanto, habrá que dialogar. Evitemos pensar que esta es una lucha entre el bien y el mal, hay candidatos buenos y otros no tanto en todos los partidos. Nadie tiene el monopolio de las buenas ideas, tengamos mente abierta para reconocerlo, manteniendo nuestros propios valores. Nuestra democracia aún joven, con todas sus imperfecciones e irregularidades, ha sido muy costosa, tanto en esfuerzo, como en recursos de todo tipo.Si hemos llegado hasta aquí, a la recta final del proceso electoral, es justo vivir una fiesta cívica para que al finalizar podamos juntos tomar un camino renovado.
Tolerancia, respeTode derechosy liberTades esundesafío indispensable paraunaculTura depaz