La política, el amor y sus riesgos
“Pobre país, ¿cómo puedes amarlo así?” nos preguntaba el poeta salvadoreño Roque Dalton, citando a un poeta para nosotros desconocido, en el bar del hotel Internacional en la Praga de aquellos años, refugio solidario y belleza contenida en un país en donde la cerveza, como decía el mismo Dalton, era parte del panorama. Nosotros, pasajeros con boleto cargado de idealismo, camino hacia la incertidumbre de la historia, Nicaragua y Somoza incluidos, le respondíamos diciendo: “Precisamente por eso, por su condición tan lamentable y difícil, es que lo queremos más”. Y así era… para bien o para mal. Recuerdo esos momentos, precisamente ahora, cuando nos acercamos a un instante decisivo, el de la decisión clave, la elección general del domingo 26 de noviembre ya próximo. Una fecha fundamental en la historia reciente de nuestro país, el día en que debemos decidir entre el autoritarismo y la tolerancia, entre el absolutismo presidencialista y la democracia, entre el pasado ya sufrido, presente incluido, y el futuro incierto, entre lo rechazable y el porvenir novedoso. No es fácil, lo entiendo y acepto. Siempre lo nuevo inspira desconfianza, genera dudas y temores. Los espíritus conservadores temen y rechazan lo nuevo, condenan la posibilidad del cambio. Los idealistas, sin embargo, anhelan la aventura de lo novedoso y buscan el aire renovador y oxigenante de lo incierto. Es, en esencia, la búsqueda del porvenir, de aquel presente que una vez, en el pasado, fue futuro. Pienso en todo esto ahora que se acerca el momento de las elecciones generales y los hondureños debemos escoger a las autoridades del país, las que nos habrán de gobernar durante los próximos cuatro años… o más. Es, sin duda, un momento decisivo, que reclama de todos los electores conciencia y reflexión, meditación sosegada, decisión inteligente. Si actuamos así, con la virtud escasa de la conciencia ciudadana, con la convicción íntima del voto meditado, seguramente le haremos un favor a la República. Y, por el contrario, si ejercemos el sufragio en atención a los reclamos puramente monetarios y obedeciendo a las presiones laborales del régimen, le haremos un gran daño al país y nos sumergiremos en un mar de riesgos y peligros insospechados. Me atrevo a decirlo: si las elecciones del próximo 26 de noviembre generan el triunfo de la reelección sobre la base de un fraude evidente y comprobado, se terminará para siempre la confianza pública en la vía electoral. Y cuando la gente ya no confía en las urnas, busca depositar su fe en las armas. Eso fue lo que pasó en los países vecinos, me consta por experiencia personal. La pérdida de confianza en la solución electoral desemboca en dos vías: a) la que conduce al desánimo, el rechazo, a la desafiliación y el desencanto democrático, en pocas palabras, al rechazo de la política, y b) a la búsqueda de vías alternas a través de la violencia y la respuesta irracional ante el sistema, a la expresión violenta de la política. Eso es lo que pasó en el entorno regional en los años ochenta del siglo reciente. No lo olvidemos. La historia sirve, entre otras cosas, para aprender de ella, conocer sus lecciones y aplicar sus recetas. Cuando Dalton citaba al poeta desconocido en el bar aquel de la capital checoeslovaca de entonces, la Praga bella de la infinita primavera, no alcanzaba a ver todavía los nubarrones que se cernían sobre nuestras cabezas, sobre todo la suya propia. Pero lo intuía y, por eso, nos advertía. Y por eso, también, entendíamos que al amar al país, lo hacíamos con una dosis muy grande de ilusión, optimismo e idealismo, con amor infinito, tan dulce como ilimitado. El amor de la gente que amaba la revolución de verdad… sin miedo, sin dudas, sin vacilaciones.
“Lahistoria, entreotras cosas, sirvepara aprenderde eLLa, conocer susLecciones yapLicarsus recetas”