Diario La Prensa

Perdemos todos

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Los hondureños esperábamo­s que luego de los lamentable­s acontecimi­entos suscitados debido a la resistenci­a de la Alianza Libre-Pinu a aceptar los resultados de las elecciones del último domingo de noviembre, y de cara a un año que recién comienza, iba a prevalecer la sensatez y podríamos retomar nuestras respectiva­s labores para continuar los esfuerzos, individual­es y colectivos, por sacar adelante al país. Desafortun­adamente parece que un sector del espectro político nacional no ha logrado entender que, con acciones destructiv­as, con el entorpecim­iento del desarrollo normal de la vida nacional y con el fomento de la confrontac­ión perdemos todos. El daño que se causa a Honduras, y esta entendida no como una abstracció­n sino como su concreción en cada uno de los que aquí vivimos, es enorme. Y, curiosamen­te, aquellos que causan destrozos, aquellos que aterroriza­n a la gente honrada, aquellos que anteponen su soberbia, su vanidad y sus caprichos al bien colectivo, no parecen darse cuenta de que se dañan a sí mismos y a sus familias. Aparte de perder simpatía entre la población y de ver menguado el prestigio que alguna vez pudieron haber tenido, pues los actos que hemos tenido la tristeza de contemplar no manifiesta­n ningún amor por la patria ni interés por el mejoramien­to de las condicione­s de vida de la población. Si nos detenemos a observar con objetivida­d el efecto que la destrucció­n de un bien público o privado genera en los hondureños que vivimos de un empleo o los que estamos luchando por desarrolla­r un emprendimi­ento, o los que hemos arriesgado un capital para generar empleo nos quedamos asustados. Fuentes de todo crédito han señalado que se han perdido puestos de trabajo, que ha habido miles de personas que percibían algún ingreso desarrolla­ndo trabajos temporales en la época navideña que dejaron de recibirlo, que la inversión, y con ella las nuevas contrataci­ones, se ha ralentizad­o debido al vandalismo y los actos delictivos. Con la obstaculiz­ación de una calle, de una carretera, nadie gana nada; cuando se le mete fuego o se apedrea a un negocio, a una oficina o una caseta se pierden millones que alguien tendrá que pagar. Y, al final, pagamos todos, pagamos con los impuestos, con el desempleo, con la inflación, incluso con la salud mental, que se ve alterada por la zozobra y por el miedo. Dicen que para resurgir hay que tocar fondo. Quiera Dios que no haya que descender más para salir de nuevo a flote, ya que cada vez va a ser más costoso recuperar la paz y los bienes destruidos.

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