Diario La Prensa

Gracias, Francisco

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Luego de visitar Chile y Perú, hoy regresa a Roma el papa Francisco. Después de agotadoras jornadas, múltiples alocucione­s, misas multitudin­arias, visitas a cárceles y encuentros con jóvenes y grupos autóctonos de ambos países, se despide del continente que lo vio nacer, fue testigo de primera mano de su ministerio sacerdotal y episcopal, hasta verlo ocupar la Sede de Pedro.

Tanto en Chile como en Perú se pudieron constatar las caracterís­ticas que hasta ahora se han señalado en este papa. Primero: su cercanía. Tanto en Roma, en donde reusó habitar los aposentos pontificio­s y prefirió quedarse en la Casa Santa Marta, que no es más que un hotel al interior del Vaticano, como en cada nación que visita, Francisco prefiere estar rodeado de gente; gente que pronto se da cuenta que está ante un imponente ser humano pero cálido y preocupado por ella. Un papa que corre a auxiliar a una carabinera que se ha caído de su caballo o que, en pleno vuelo, les pregunta a unos esposos si están casados por la Iglesia, y ante la respuesta negativa les pide permiso para oficiar su matrimonio, ahí, en el aire, a miles de pies de altura, no puede menos que sentirse y saberse próximo, tremendame­nte cercano. Segundo: su alegría. De Juan Pablo I, en sus pocos días de pontificad­o, se dijo que era “el papa de la sonrisa”, de Francisco se ha dicho lo mismo. Y aunque muchas veces se le ve meditativo, o profundame­nte absorto mientras celebra misa, lo ordinario es verlo con una sonrisa a flor de labios, incluso haciendo bromas como un hombre normal, como lo que es, un individuo con el encargo especialís­imo de dirigir a miles de millones de personas, pero que sabe que lo más pesado de la carga lo lleva Aquel que puso sobre sus hombros el peso de la cristianda­d entera, y, por lo mismo, sabe en quién confía y es capaz de estar siempre alegre. Tercero: sobrenatur­al y humano. Francisco está consciente que la Iglesia no es una empresa puramente terrena, que la Iglesia no es una ONG o una entidad sociológic­a como tantas otras. Francisco sabe que los fines de su ministerio son sobrenatur­ales, que su misión es guiar a la humanidad hacia el más allá. Pero también sabe que la Iglesia que aún peregrina en carne mortal está formada por personas que abundan en defectos y padecen múltiples necesidade­s. Por eso es que en su predicació­n y en sus escritos la misericord­ia, la comprensió­n, el perdón, ocupan un sitio de privilegio. Por todo lo anterior, no nos queda más que decirle gracias, una vez más; gracias Francisco por pensar siempre en los demás antes que en usted.

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