Múltiples alternativas
El hombre es un ser libre. Cualquier ordenamiento social impuesto en contra de esta verdad fundamental está condenada al fracaso. Cualquier jaula, aunque sea de oro, echa a perder el más floreciente jardín. La dignidad de toda persona requiere respetar su capacidad de iniciativa y el derecho de autodeterminarse de acuerdo con sus gustos e intereses. Nadie puede tratar a otro como esclavo, menor de edad e imponerle su visión “utópica” de lo más conveniente. La historia muestra reiteradas veces que suprimir la libertad, aunque con la buena intención de reparticiones igualitarias, resulta en una injusticia mayor. Siempre se constata el dicho: “los que parten y reparten se quedan con la mejor parte”. Otro error en el que suelen caer estos sistemas tal vez bien intencionados, es el de obviar que todos estamos empapados de la lluvia del egoísmo. Aunque no estamos corrompidos de raíz y podemos hacer el bien, la realidad es que hemos de podar en el corazón, todos los días, la mala hierba del amor propio. Cualquier puesto en una posición de autoridad, tuerce el timón con facilidad a los propios intereses, a veces incluso perjudicando a los demás. Aún el sistema utópico más perfecto padece el estar compuesto por personas corruptibles. El poder, llevado sin el timón de las virtudes personales del gobernante, siempre conduce el barco al abismo. La concepción del bote, en donde existe espacio solamente para 60 personas nos puede plantear un dilema ético difícil de resolver. Es lógica la obligación de velar por el bienestar propio en primer lugar. Podríamos plantearnos ¿es lícito dar la propia vida por salvar a otro? Aunque en estricta justicia no estaríamos obligados a este acto heroico, siempre habrá personas llenas de caridad hasta el extremo, capaces de dar su vida por los demás. ¿Mi propia vida o la de los demás? Gracias a Dios, el hombre es también un ser inteligente, capaz de encontrar múltiples alternativas.