Un nuevo capítulo
Con la asunción a la presidencia de la República, por un segundo período, del presidente Juan Orlando Hernández, lo que todos deseamos es que se escriba en la historia nacional un nuevo capítulo de vida democrática, muy perfectible, es cierto, pero preferible a otros regímenes políticos en los que las libertades básicas han sido conculcadas y los ciudadanos ven tremendamente limitados derechos elementales, como el de la libertad de prensa o de movilización, o en los que el Poder Legislativo, el primer poder del Estado, carece de representatividad, porque está copado por un partido único, que no admite disidencia e imposibilita el auténtico debate. Es claro que la historia nacional reciente exige un notable esfuerzo patriótico de parte de todos los sectores políticos para privilegiar el interés común por sobre el particular. Esto se ha dicho desde diversos ámbitos, pero, todos sabemos que es fácil decirlo y sumamente difícil concretarlo. Es decir, la sociedad civil, las iglesias, las agrupaciones gremiales, las ONG, etc., han señalado, en distintos momentos, que los protagonistas de esta coyuntura deben hacer a un lado sus posturas particulares y colocar a Honduras por encima de todas las cosas. Pero hay diversos intereses particulares y de grupos, visiones del mundo encontradas, opiniones aparentemente irreconciliables e, incluso, temperamentos y maneras de ser que dificultan el encuentro de puntos de consenso y de salidas viables a la problemática. Sin embargo, ningún partido, ningún sector, puede sustraerse a la responsabilidad histórica de asegurar un mejor futuro para las futuras generaciones y evitar, por todos los medios pacíficos posibles, un daño irremediable a la convivencia ciudadana, a la posibilidad de enfrentar juntos los múltiples retos que la compleja realidad mundial pone ante nosotros, a la relativa paz en la que hasta ahora hemos coexistido. Por lo anterior, la conciencia, que como nacidos en esta tierra debemos poseer, nos interpela para que hagamos el titánico esfuerzo de deponer las actitudes de confrontación y tomemos la viril decisión de, en efecto, enmendar las planas y escribir un nuevo capítulo de nuestra historia en el que, con hidalga franqueza y con la verdad por delante, cada quien reconozca sus errores y esté dispuesto corregirlos. Si somos sinceros, a pesar de todos los pesares, no obstante todas las rémoras y las taras que arrastramos: marginación, inequidad, deficiencia en los servicios educativos y de salud, etc., cada uno de los gobiernos que han precedido al actual ha puesto los medios que ha considerado necesarios para superarlas. Lo que ahora queda es continuar trabajando por alcanzar el anhelado desarrollo. Nuestros hijos y nietos lo merecen y lo esperan.