Democracia aparente
DEPURACIÓN DE LA CLASE POLÍTICA ES OBLIGATORIA, PERO NECESITAMOS UN LIDERAZGO ÉTICO Y RESPONSABLE
Desde el lugar donde escribo, golpeteando un teclado, puedo escuchar cómo el viento arrecia, el cielo está muy nublado y muy pronto caerá la tormenta. Quién sabe cuánto dure, pero será fuerte. Me doy cuenta que esa es la mejor alegoría para el momento que estamos viviendo en nuestro país. La tormenta arrecia, así como puede anticiparse que pasará más allá de la toma de posesión y de los conflictos electorales. Los hondureños nos enfrentaremos con una realidad compleja, una enorme crisis institucional y una sociedad polarizada. La denuncia de la Misión de Apoyo contra la Corrupción y la Impunidad en Honduras, Maccih, sobre las reformas a la Ley de Presupuesto puso el dedo sobre la llaga: estamos en una hondonada de corrupción. Lo cierto es que nos hemos acostumbrado a vivir en este pantano de componendas y subterfugios, en el que importa más aparentar, que ser democráticos, en el que el pueblo es solamente una excusa y no un verdadero motivo para ocupar un cargo público. Hemos estado tan familiarizados con los abusos, con la pérdida de la vergüenza por parte de los supuestos servidores públicos, con la soberbia que muchas veces marea a quienes logran un poco de poder, que durante tanto tiempo nos ha parecido absurdamente normal. No solamente duele la corrupción, sino también el enorme descaro con el que se comete. La Maccih parece estar cumpliendo su papel, señalando lo que debe, en un momento en el que la Organización de Estados Americanos, OEA, debe fortalecer su papel relevante en el hemisferio como promotor de la democracia. Justo esa democracia fuerte e integral que tanto anhelamos, que se traduzca en verdadera participación y bienestar para la gente, no solamente de urnas y votos; un sistema en el que se respete al pueblo, en el que exista verdadera conciencia del bien común. Para encaminarnos hacia ese destino, es urgente superar nuestros propios males internos para enfrentar lo que viene, pues el mundo no se detiene a esperarnos. La pobreza, el desempleo, la calidad de la educación y de la salud, son temas urgentes que requieren respuestas rápidas, contundentes, pero sobre todo limpias. Por otra parte, el país requiere fortalecer su imagen, pero antes hay que reconstruir lo perdido: la confianza interna, para luego buscar la externa. En otras palabras, debemos ser, antes que aparentar algo que aún no somos. Es indispensable restablecer el diálogo colectivo tan dañado, así como el deseo de salir adelante como nación, con un destino común. Debemos entender que no hay homogeneidad, que lo acontecido en el proceso electoral dejó en claro que Honduras está muy fragmentada. Es obligación comprender que afrontando nuestros problemas, no justificándolos o escondiéndolos, es como podremos mejorar. La depuración de la clase política es obligatoria, el surgimiento de un nuevo estilo de liderazgo, ético y responsable, también lo es. Por un momento vuelvo a mi entorno. Me doy cuenta que mientras escribía mis últimas líneas en la computadora, la lluvia afuera cesó. Todo está en calma, como desearíamos que alguna vez estuviera nuestro país; pero me temo que por ahora, esa será solamente una aspiración por la que debemos trabajar.