Diario La Prensa

Crimen, castigo y cocodrilo

- Otto Martín Wolf ottomartin­wolf2@gmail.com

¿Cuál debería ser el castigo para alguien que asesina 17 personas, estudiante­s, apenas entrando a la vida, en la flor de la juventud? Pero, ¿habría alguna diferencia en ese castigo si se tratara de 17 ancianos, gente que ya ha vivido la mayor parte de su vida? ¿Tiene diferente valor la vida de un joven que la de un anciano? Ya deberíamos estar acostumbra­dos a las frecuentes masacres sin sentido que se producen en los USA y, para ser justos, en todas partes del mundo. Pero no, al menos yo jamás podré aceptar que un loco, un imbécil o resentido social acabe con una o más vidas, sin tener en cuenta la edad, sexo, raza o condición social de las víctimas. En Bagdad y otras ciudades del siempre convulso Medio Oriente casi a diario ocurre que un fanático religioso del islam se amarre explosivos a su cuerpo y, en una acción incomprens­ible, quite la vida a todas las personas que tuvieron la mala fortuna de encontrars­e en el lugar equivocado en el momento equivocado. Ojo, ese fanático dice actuar en nombre de su dios, ¿le exime de culpa por tener su jefe tan alto rango? ¿Y se debe castigar a quien -como acostumbra­ba el famoso Dr. Kevorkian- facilita el suicidio de personas que se encuentran en la fase final de una enfermedad incurable? Su lema era “la muerte no es un crimen”, refiriéndo­se desde luego al suicidio asistido. ¿Se debe tomar esa acción como complicida­d en un asesinato, el asesinato de uno mismo por sus propias manos, pero con ayuda externa? También ocurre a menudo que enfermeros desquiciad­os -o piadosos, según se tome- matan ancianos a su cuidado, la mayoría de las veces con el pretexto de aliviarles el dolor. Alguien así, ¿debería recibir castigo o más bien un premio?, ¿cuál debería ser la sanción? Un vendedor de drogas prohibidas, cuyo nefasto producto arruina o termina con vidas, no debería pagar también por las que ayuda a destruir? Y un capo de drogas, que patrocina el narcomenud­eo que conduce a los tan comunes crímenes por territorio, además de quebrar la ley con su negocio, ¿debe ser encontrado culpable por esas muertes?, ¿o su responsabi­lidad se limita al transporte, contraband­o y venta de drogas? ¿Y qué de las muertes que su ambición provoca? ¿Se podría perfeccion­ar la ley hasta el punto de que se condene a alguien por su crimen y los que se producen como consecuenc­ia? Pero, la verdadera pregunta, quizá la más importante, sería: ¿Ayudan los castigos ejemplares a terminar con crímenes similares? ¿Acaso en cuanto cae un capo no hay miles dispuestos a tomar su lugar? Lo mismo sucede con integrante­s de maras y pandillas; se capturan cien e inmediatam­ente aparecen cien más en las calles. Detener a un borracho que provoca un choque no evita que otros sigan manejando bajo el efecto del alcohol y ocasionand­o más accidentes. ¿El castigo ejemplar ayuda a prevenir otros crímenes? No lo creo. Y no es culpa del sistema, ni de este ni de otras naciones, es culpa del ser humano, quien no ha cambiado desde el principio de la historia. En Sumeria, donde se inició la civilizaci­ón hace más de cuatro mil años, donde se escribió el Código de Hammurabi, ya se penalizaba­n crímenes, ya existían leyes para castigar los más variados delitos, muy similares a los que se cometen ahora en todas partes. De paso, los que esperan que su dios cambie todo pueden hacerlo sentados, el hombre será el mismo siempre. ¿Puede el cocodrilo cambiar su forma de ser? Tampoco el ser humano, no importa qué.

“encuantoun capomuereh­ay mileslisto­sa tomarsulug­ar, lomismosuc­ede conmarasy pandillas”

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