Dan vergüenza
En la medida en que la crisis política nacional se prolonga, los que la protagonizan van mostrando, cada vez con mayor claridad, de qué están hechos. Y es que, precisamente, es en las situaciones difíciles en las que se saca lo que se lleva dentro y se deja ver la mezquindad, la pequeñez o la grandeza. En la Honduras de los últimos meses, con honrosas excepciones, hemos asistido a un decepcionante desfile de vicios que nos ha servido para caer en cuenta de que nuestros supuestos “líderes” carecen de valores, desconocen la naturaleza e importancia de las virtudes humanas y no digamos de la conducta ética. La mayoría de los pensadores a lo largo de la historia han manifestado que la búsqueda del bien común reviste de una particular nobleza a la actividad política; sin embargo, el triste espectáculo al que nos están obligando a asistir los que aquí se dedican a ella desdice por mucho tal afirmación. Aquí lo que hemos visto es un afán enfermizo por aferrarse al poder, un deseo irracional de venganza, muestras patológicas de vanidad, vulgaridad y prepotencia por mayor. Yo, incluso, había firmemente decidido no referirme más en mi columna a estos temas y continuar con lo mío: la familia, la educación, la conducta ética, los valores y las virtudes humanas. Sin embargo, la chocante realidad en que nos tienen inmersos me obliga a decirles unas cuantas verdades, puesto que tengo la oportunidad de hacerlo, en nombre de cientos, de miles de hondureños que, estoy segurísimo, piensan y sienten lo mismo que yo. Conozco a muchísimos que, igual que yo, cambian de canal o de emisora cuando alguno de ellos da declaraciones, que no se consideran representados por sus supuestos “líderes” o cuyo escepti- cismo crece cada día más. Lo cierto es que dan ganas de irse y dejar que ellos se revuelquen solos en su estercolero. Hay países en los que las diferencias se superan a través del diálogo, en el que muy pocos se sienten constantemente amenazados o en peligro, en los que los que acceden al poder piensan en los demás y no solo en sus intereses; pero no sería justo con la patria. Queda en Honduras mucha gente honrada: la mayoría hombres y mujeres que la quieren bien, que desean que sus hijos y sus nietos crezcan en esta tierra, que esperan que esta pesadilla sea solo eso y que ansían una especie de milagro en medio de tanta incertidumbre. Además, no queremos perder la esperanza de que estos señores lleguen a reflexionar, sientan un poco de vergüenza y rectifiquen. Es lo que la imponente mayoría espera, no se pierdan.