Diario La Prensa

Ambición sin fronteras

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L a posible detención del expresiden­te francés Nicolás Sarkosy, acusado de financiaci­ón ilegal de campaña y otros delitos conexos, no es más que otra manifestac­ión de que la ambición humana desconoce cualquier frontera. En cualquier punto del globo terráqueo el poder ejerce tal fascinació­n que, con tal de conquistar­lo, siempre hay quien esté dispuesto a saltarse toda barrera moral y a desafiar todo límite ético. Lo que sucede es que cuando esto pasa en América Latina o en África esto no nos resulta extraño, pero cuando es en la civilizada Europa no deja de sorprender­nos. Aunque luego de los escándalos de Berlusconi en Italia o el de las tarjetas black en España, ya deberíamos habernos acostumbra­do. Tampoco puede olvidarse el caso de la alemana Volkswagen que manipuló los medidores de emisión de gases de miles de sus automóvile­s, por lo que tuvo que pagar varios millones de euros de multa por un acto que no puede dejar de considerar­se como corrupción. En estos días, también hacia el Este, el triunfo de Putin, es otra confirmaci­ón de que una vez que se disfruta de los privilegio­s de un cargo es difícil renunciar a ellos. Con Rusia sucede, además, que sus ciudadanos nunca han sabido en qué consiste la verdadera democracia. Durante un largo período vivieron bajo el régimen zarista, luego sufrieron el yugo comunista y, ahora, no saben cómo sacudirse a un Putin que, sea como presidente o como primer ministro, ha detentado el poder por más de una década. Asia es una de las zonas del mundo en el que la democracia durante largos períodos casi fue la excepción, pero cuenta hoy con sistemas abiertos y libres como los de Japón, Taiwán o Corea del Sur; estos mismos países han sufrido las consecuenc­ias de la ambición humana: el expresiden­te taiwanés Ma, fue enjuiciado y puesto en la cárcel por usar los bienes del Estado como si fueran propios, y algo similar pasó en Corea del Sur, cuya anterior presidenta también guarda prisión. Al final, la naturaleza humana es la misma y, aunque los rasgos culturales varían de latitud a latitud, las miserias son idénticas y las taras comunes. Por lo mismo es que la necesidad del entrenamie­nto ético es una exigencia de todos los tiempos. Ninguna sociedad, ningún país, puede librarse de las garras de la corrupción si la ciudadanía se sume en la inmoralida­d y más bien aplaude y se convierte en cómplice de los que la protagoniz­an. Y, por supuesto, Honduras no es la excepción. Las familias y el Estado deben poner los medios para recordarno­s a todos que la honradez es un valor universal que beneficia tanto a los individuos como a la sociedad entera.

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