Manifiesto
A veces y solo a veces entiendo el negativismo del hondureño promedio. De igual manera tampoco podemos hacernos de la vista gorda ante lo evidente. Para no seguir redundando pongamos esto en los pies de H., que vive en el barrio Medina, padre y esposo, víctima del sistema que muchos Gobiernos y poderes más allá de nuestro entendimiento han construido. Su país es la capital del pecado, donde debe seguir los pasos para apenas sobrevivir, un trabajo sin reales condiciones para laborar de manera óptima bajo un régimen arbitrario de una parasitocracia que lleva personas sin las respectivas aptitudes a dirigir un grupo de personas como H y hacer engordar sus cuentas corrientes a costillas del sudor y fuerza de este tipo de personas. Luego de turnos laborales dignos de un animal de campo, H debe caminar por las calles de su barrio, donde niños de ojos rojos fuman verde en cada esquina, su materia gris en blanco, cero futuro para ellos, donde solo existen lluvias de balas y violencia sin sentido. Todo el camino con la incertidumbre y paranoia (que la gran mayoría de hondureños desarrollamos sin explicación) de saber si llegará bien o no casa. A pesar de que H se instruye en lo cierto no es culpable de a veces, y solo a veces, caer en una especie de cuento de hadas, donde el futuro de su familia está asegurado de manera íntegra. La mayoría del tiempo está en un plano de muchas realidades familiares, donde su hijo se convertirá en rata y las cloacas lo van a maltratar, donde su esposa podría estar o no producto de una miseria muy cierta. Hoy es uno de esos días que sentís el dolor de millones de hermanos dentro del mismo espacio físico y no poder hacer absolutamente nada… A veces y solo a veces entiendo el negativismo de los hondureños.