Viaje a Comayagua
El reloj marcaba las 7:00 am, apresuradamente nos despertamos sabiendo que debíamos estar en la terminal de autobuses antes de las once para tomar el autobús que nos conduciría a una ciudad con gran historia colonial y política en el país. Compramos el boleto de abordaje, pasamos por los controles rutinarios de seguridad en cuanto a revisión del equipaje y que cada pasajero haya comprado el respectivo boleto. Abordamos el autobús, donde advertimos los dos asientos y nos dirigimos a ellos para sentarnos. Suben y bajan vendedores ambulantes, lo cual algunos pasajeros aprovechan para saciar su sed o comprar alguna fritura. Mientras tanto, nosotros vamos haciendo planes sobre los lugares que visitaríamos y el hotel donde pasaríamos la noche. Arranca el bus y comienza nuestra aventura hacia la primer capital de Honduras; un viaje tedioso donde paraban en lugares que se divisaban pasajeros. Pasajeros de todo tipo suben, unos con sus maritates, como dice mi abuela; otros llevando de manera osada gallinas dentro de cajitas, donde asomaban sus cabecitas por un pequeño orificio. Detectamos en el ambiente un olor medio extraño, siendo la combinación de gente sudada y mal bañada seguramente junto con el olor de los animalitos que eran la compañía de sus amos, sumado todo esto a la incomodidad de que iba sobrecargada la unidad. Al fin llegamos a Comayagua, nos bajamos en la parada del hospital y emprendimos la caminada hacia el centro buscando dónde hospedarnos y procurando que estuviera cerca del parque central. Escogimos mal el hotel, ya que la luz del pasillo entraba por un ventanal que estaba arriba del marco de la puerta, por ello la claridad no nos permitía conciliar bien el sueño; lo rescatable de ese día fueron los lugares que visitamos y la deliciosa comida que venden frente al edificio municipal. Al día siguiente salimos del hotel 20 minutos antes de la hora establecida por la administración y paramos un taxi para que nos llevara a la terminal general de autobuses con que ahora cuenta la ciudad.