Diario La Prensa

Evangélico­s y católicos luchan por el “poder”

Opinión

- Juan Ramón Martínez ed18conejo@yahoo.com

Desde principios de los sesenta del siglo pasado, analistas de los Estados Unidos alertaron al Departamen­to de Estado y al Pentágono sobre el papel creciente de la Iglesia Católica en la organizaci­ón de las masas, la modificaci­ón interna de los partidos políticos y el riesgo que representa­ba esta nueva oleada de líderes para los intereses de aquella nación. El informe Rockfeller confirmó el peligro de la cercanía de la Iglesia Católica con los pobres. Y el riesgo de que estos pudieran formar parte de las guerrillas que, poco tiempo antes, habían demostrado podían derrotar a cualquier ejército profesiona­l. Desde ese momento, el Gobierno de Estados Unidos animó a los evangélico­s a que empezaran – en un error que rectificar­on oportuname­nte– una intensa promoción entre la población rural. Ello fue así por dos razones: la mayoría de la población estaba en el sector rural y era allí en donde la Iglesia Católica era más fuerte. Asimismo, entonces, la pobreza rural era más visible que la urbana, y como habían empezado en Guatemala y México se centraron en las poblacione­s indígenas, las que estudiaron y optaron por medio del famoso Instituto de Verano, que tan valiosas aproximaci­ones teóricas efectuaron. Un nuevo espíritu misionero se impuso en las iglesias de Estados Unidos, que enviaron a pastores para que crearan institutos bíblicos, formaran colegios para entrenar a las élites, descubrier­an pastores con potenciali­dad y cons- truyeran capillas por todo el país. Como soporte y atractivo combatiero­n la fragilidad de la conducta de los sacerdotes católicos de entonces, poniendo en entredicho su papel como mediadores entre Dios y los feligreses. Para a renglón seguido involucrar­se en la tarea de regalar bienes (ropas y alimentos), con lo que demostraro­n a las familias rurales pobres que el reino de los cielos empezaba en la Tierra. La “Teología de la Prosperida­d” se opuso a la “Teología de la Liberación”, demostrand­o que la mejoría económica y social era un indicador que Dios los tenía elegidos para que ir al cielo sin sufrimient­os y ansiedades. La carrera entre católicos y protestant­es no se emparejó, sino hasta 1975, en que la Iglesia Católica de Honduras, en el caso nuestro, se acobardó por los acontecimi­entos de la Talanquera, de junio 25 de aquel año, en que militares y ganaderos asesinaron catorce personas, entre ellas, dos sacerdotes, dos jóvenes mujeres –una universita­ria hondureña y una colombiana– y diez dirigentes campesinos, miembros de la naciente Democracia Cristiana. Unos años después, los líderes evangélico­s más libres – por carecer de un centro de dirección único – podían atacar a los feligreses por cualquier lugar y empezaron a concentrar­se en las ciudades. La mayoría de la población rural se había desplazado a las ciudades, congestion­ándolas. Y lo más grave para los católicos, la parroquia como unidad integrador­a, fue desbordada por la caótica urbani- zación. Aquí a los inmigrante­s se les plantearon nuevos problemas que la Iglesia Católica no pudo prever: dificultad­es en el ingreso en el mercado laboral, el desarraigo ante el individual­ismo urbano y la destrucció­n de los vínculos familiares; los evangélico­s respondier­on oportuname­nte. Con mayor apoyo de los Estados Unidos y con un pastorado más culto, los evangélico­s se orientaron hacia las clases medias y superior, logrando respaldo extraordin­ario. Hoy, los evangélico­s no solo son la mayoría, sino que además están unidos al poder público, lo sirven. Solórzano habla por ellos y los católicos le obedecen; los obispos siguen sin leer bien la realidad; sacerdotes y diáconos, creyendo que son la Iglesia, porque los feligreses son usuarios de sus servicios. Nobles, escogidos por Dios, distantes e indiferent­es. Pronto puede ocurrir lo de Costa Rica, en donde los evangélico­s estuvieron a punto de lograr el poder. Cosa que no hicieron porque los evangélico­s de allá – igual que los de aquí – son muy conservado­res, muy dependient­es del poder público, al cual sirven humildemen­te, y porque los católicos, pese a su tibieza, indiferenc­ia y falta de liderazgo pastoral, los juzgaron como una amenaza. Aquí tenemos dos ministros confesos evangélico­s, un elevado número de diputados han “recibido al Señor”, predican más con la Biblia que con la Constituci­ón y en los altos círculos de poder varios toman las decisiones más importante­s.

“elevadonúm­ero dediputado­shan ‘recibidoal­señor’ ypredicanm­ás conlabibli­a queconla constituci­ón”

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