Evangélicos y católicos luchan por el “poder”
Opinión
Desde principios de los sesenta del siglo pasado, analistas de los Estados Unidos alertaron al Departamento de Estado y al Pentágono sobre el papel creciente de la Iglesia Católica en la organización de las masas, la modificación interna de los partidos políticos y el riesgo que representaba esta nueva oleada de líderes para los intereses de aquella nación. El informe Rockfeller confirmó el peligro de la cercanía de la Iglesia Católica con los pobres. Y el riesgo de que estos pudieran formar parte de las guerrillas que, poco tiempo antes, habían demostrado podían derrotar a cualquier ejército profesional. Desde ese momento, el Gobierno de Estados Unidos animó a los evangélicos a que empezaran – en un error que rectificaron oportunamente– una intensa promoción entre la población rural. Ello fue así por dos razones: la mayoría de la población estaba en el sector rural y era allí en donde la Iglesia Católica era más fuerte. Asimismo, entonces, la pobreza rural era más visible que la urbana, y como habían empezado en Guatemala y México se centraron en las poblaciones indígenas, las que estudiaron y optaron por medio del famoso Instituto de Verano, que tan valiosas aproximaciones teóricas efectuaron. Un nuevo espíritu misionero se impuso en las iglesias de Estados Unidos, que enviaron a pastores para que crearan institutos bíblicos, formaran colegios para entrenar a las élites, descubrieran pastores con potencialidad y cons- truyeran capillas por todo el país. Como soporte y atractivo combatieron la fragilidad de la conducta de los sacerdotes católicos de entonces, poniendo en entredicho su papel como mediadores entre Dios y los feligreses. Para a renglón seguido involucrarse en la tarea de regalar bienes (ropas y alimentos), con lo que demostraron a las familias rurales pobres que el reino de los cielos empezaba en la Tierra. La “Teología de la Prosperidad” se opuso a la “Teología de la Liberación”, demostrando que la mejoría económica y social era un indicador que Dios los tenía elegidos para que ir al cielo sin sufrimientos y ansiedades. La carrera entre católicos y protestantes no se emparejó, sino hasta 1975, en que la Iglesia Católica de Honduras, en el caso nuestro, se acobardó por los acontecimientos de la Talanquera, de junio 25 de aquel año, en que militares y ganaderos asesinaron catorce personas, entre ellas, dos sacerdotes, dos jóvenes mujeres –una universitaria hondureña y una colombiana– y diez dirigentes campesinos, miembros de la naciente Democracia Cristiana. Unos años después, los líderes evangélicos más libres – por carecer de un centro de dirección único – podían atacar a los feligreses por cualquier lugar y empezaron a concentrarse en las ciudades. La mayoría de la población rural se había desplazado a las ciudades, congestionándolas. Y lo más grave para los católicos, la parroquia como unidad integradora, fue desbordada por la caótica urbani- zación. Aquí a los inmigrantes se les plantearon nuevos problemas que la Iglesia Católica no pudo prever: dificultades en el ingreso en el mercado laboral, el desarraigo ante el individualismo urbano y la destrucción de los vínculos familiares; los evangélicos respondieron oportunamente. Con mayor apoyo de los Estados Unidos y con un pastorado más culto, los evangélicos se orientaron hacia las clases medias y superior, logrando respaldo extraordinario. Hoy, los evangélicos no solo son la mayoría, sino que además están unidos al poder público, lo sirven. Solórzano habla por ellos y los católicos le obedecen; los obispos siguen sin leer bien la realidad; sacerdotes y diáconos, creyendo que son la Iglesia, porque los feligreses son usuarios de sus servicios. Nobles, escogidos por Dios, distantes e indiferentes. Pronto puede ocurrir lo de Costa Rica, en donde los evangélicos estuvieron a punto de lograr el poder. Cosa que no hicieron porque los evangélicos de allá – igual que los de aquí – son muy conservadores, muy dependientes del poder público, al cual sirven humildemente, y porque los católicos, pese a su tibieza, indiferencia y falta de liderazgo pastoral, los juzgaron como una amenaza. Aquí tenemos dos ministros confesos evangélicos, un elevado número de diputados han “recibido al Señor”, predican más con la Biblia que con la Constitución y en los altos círculos de poder varios toman las decisiones más importantes.
“elevadonúmero dediputadoshan ‘recibidoalseñor’ ypredicanmás conlabiblia queconla constitución”