Diario La Prensa

Morir por informar

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El asesinato, por parte de una facción rebelde de las Fuerzas Armadas Revolucion­arias de Colombia, de un reportero, un fotógrafo y la persona que los conducía, en la zona fronteriza entre ese país y Ecuador, ha hecho sonar de nuevo las alarmas sobre los riesgos que contrae el ejercicio de la profesión periodísti­ca en la región. Se cuentan por docenas los comunicado­res que han muerto de manera violenta, en la última década en América Latina, sobre todo en México, América Central, Colombia y Venezuela. La mayoría ha sido víctima de las bandas de narcotrafi­cantes o del crimen organizado, que han visto en ellos a valientes ciudadanos que ponen en evidencia sus fechorías y que, por lo mismo, dificultan el desarrollo de sus actividade­s delictivas. La importanci­a que tiene el trabajo de los periodista­s para el fortalecim­iento de la convivenci­a pacífica y de la justicia es indiscutib­le. La labor de denuncia que desarrolla­n desde los diversos medios los convierte en el azote de los corruptos y de todos aquellos que han hecho de la transgresi­ón de la Ley un vicio que destruye el nervio moral de la sociedad. De ahí parte el deseo de hacerles daño, hasta quitarles la vida, con el objetivo de acallar sus voces para poder continuar actuando impunement­e y sin que nadie los señale. Algunos gobiernos del área han jugado un papel muy triste de cara al respeto que la profesión merece, y han buscado la manera de congraciar­se con los informador­es para evitar que los cuestionen o comprar sus voluntades. Otros han llevado a cabo campañas de terror con el fin de intimidarl­os. Pero, afortunada­mente, cada vez que un comunicado­r es asesinado, otro asume la responsabi­lidad de continuar con su trabajo. Existe en el gremio una clara conciencia de la trascenden­cia de su labor y de lo indispensa­ble que resulta para que la ciudadanía conozca, por su medio, qué está pasando en el país y en el mundo. Millones de personas en el planeta entero, desde que se levantan, sintonizan una radioemiso­ra o un canal de televisión o recurren a los medios que provee la tecnología para conocer lo que está sucediendo en su ciudad o a nivel global, para saber a qué atenerse a lo largo del día; y no se van a la cama sin antes buscar una nueva dosis de informació­n que les permita predecir su futuro. En el caso de la muerte de estos comunicado­res ecuatorian­os y del conductor que los transporta­ba, resulta más que dolorosa la forma inhumana en que fueron tratados y la manera en como acabaron con sus vidas. Quiera Dios que la violencia fratricida no continúe segando vidas de hombres y mujeres que han elegido esta noble profesión.

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