Diario La Prensa

La muerte, la mejor maestra de nuestra vida

Nada nos hace replantear­nos, cuestionar­nos o valorar tanto estar vivos, como una experienci­a con la muerte

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Consultora internacio­nal y asesora de imagen

Si tú o yo supiéramos que nos queda una semana, estoy segura de que trataríamo­s de exprimir al máximo el jugo de la vida.

Al término de la clase de yoga, Manuel, un compañero joven con el que coincidimo­s desde hace años, se sintió mal y se sentó en una banquita mientras el resto del grupo se alistaba para salir. Su rostro pálido estaba empapado con sudor. Alicia, nuestra maestra, le planteó llamar a una ambulancia para llevarlo a un hospital cercano. - No, no, para nada, estoy bien -dijo Manuel-, le voy a llamar a mi cardiólogo a ver qué me dice. - Manuel, tengo el carro aquí abajo, te podemos llevar ahorita al hospital y que te revisen. No hay que perder tiempo, en el camino le hablas a tu médico. Vi que tomaba su mochila y me apresuré a bajar las escaleras. Al ver que no venía regresé y Alicia me comentó que ya había localizado a su doctor, quien le recomendó que se recostara en el piso con los pies en alto y que se tomara un Gatorade, lo que ya estaba haciendo. Al ver que Manuel estaba en manos de su doctor y que aceptaba tranquilo sus indicacion­es, asumimos que se trataría de algo menor, así que renunciamo­s a la idea de acudir al hospital y los compañeros nos despedimos. Las maestras se quedaron vigilándol­o. Jamás imaginé que al poco rato recibiría una llamada avisándome de su muerte. Todos sus compañeros nos quedamos en shock y no nos hemos podido recuperar. La muerte llegó sin aviso alguno y nos dejó con la boca abierta y el alma destrozada. ¡Qué paradójico resulta que la mejor maestra de vida sea la muerte! Nada nos hace replantear­nos, cuestionar­nos o valorar tanto estar vivos, como una experienci­a así. Aunque sabemos que vamos a morir, consideram­os la muerte como una posibilida­d muy lejana, incluso, ajena. ¡Cuánta soberbia! Qué dormidos estamos al hecho de que cualquiera de nosotros, sin importar la edad, en cualquier lugar, podemos dejar de respirar en un instante. Me pregunto qué hubiera hecho Manuel diferente si le hubieran avisado que moriría un martes cualquiera después de algo tan cotidiano como su clase de yoga. ¿Hubiera cambiado algo de haber recibido señales del tiempo que le quedaba de vida? ¿Qué hubiera hecho yo si hubiera sabido que sería la última vez que lo vería? Un gran yogui decía que cada momento de su vida sentía como si tuviera una espada suspendida por arriba de la cabeza con una telaraña; esto sin importar si comía, caminaba o dormía. Siempre vivió con la conciencia de que la muerte estaba cerca de él. Si Manuel, tú o yo supiéramos que nos queda una semana, un mes o un año, estoy segura de que trataríamo­s de exprimir al máximo, en cada instante, el jugo de la vida. El valor de todo, hasta de lo más simple, como es ver el cielo, escuchar los pájaros, sentir la lluvia, abrazar a nuestros seres queridos, se multiplica­ría millones de veces. La lección que me deja lo acontecido es que la vida no cambia y la muerte no es negociable. Tú y yo vamos a morir y no sabemos cuándo ni dónde; pero podemos cambiar nosotros. ¿Por qué no vivir con la conciencia del yogui? Tener presente que todo lo material se queda en este mundo. Ninguna de las posesiones acumuladas nos servirá. ¿Qué es lo que dejamos en el corazón de las personas? A pesar del dolor que provoca, ¿te imaginas que la muerte no existiera? Daríamos la vida por un hecho y no la disfrutarí­amos. Es por eso que es una gran maestra, le da sentido a nuestra existencia y nos enseña que la vida es lo más preciado y nuestra obligación es gozarla. La escasez de tiempo nos hace dimensiona­r su valor. Desde aquí un sentido adiós a Manuel cuya muerte nos invita a escuchar lo que ella nos quiere enseñar.

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