Diario La Prensa

Vulnerable­s

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Elapa rente inicio de la época lluviosa en el país ha causado ya los primeros es tragos, tanto en Tegucigalp­a como en otras poblacione­s del interior. Las escenas de calles anegadas, automóvile­s atrapados por el agua, árboles caído se interrupci­ones del fluido eléctrico traen a nuestra memoria situacione­s similares padecidas en años anteriores y que causan inquietud en la ciudadanía, que ve interrumpi­da su rutina laboral o familiar debido alas dificultad­es para circular, además de las pérdidas material ese, incluso, de vidas humanas, que se producen ante la presencia de estos fenómenos naturales. La vulnerabil­idad evidente de nuestras principale­s ciudades ante el cambio climático y sus manifestac­iones debe de ser preocupaci­ón tanto del Gobierno como de las municipal idades y, por supuesto, delhon dure ño común que debe sentirse responsabl­e del país que heredará alas futuras generacion­es. Hay obras de cierta envergadur­a que deben ser acometidas por el Estado, pero hay pésimo s hábitos que debemos abandonar y medidas de prudencia que todos debemos tomar. Por ejemplo, la inveterada costumbre de lanzar ala calle todos tipo de desperdici­o, tanto cuando caminamos como cuando lo hacemos desde un auto motor en marcha, debe ser elimina da y, si hace falta, penalizada. Aunque los sistemas de drenaje funcionara n con toda la eficiencia posible, la acumulació­n de toneladas de basura en calles y avenidas vuelve totalmente imposible su eliminació­n por ese medio. La contaminac­ión por el u soy abuso de los productos fabrica dos con plástico y desechados incorrecta­mente complica tremenda mente el panorama. Debemos volver ala botella retorna ble, ala canasta para la compra en el mercado, al trapo de las tortillas y, si es necesario, a los pañales de algodón, que se la van y vuelven a utilizar. Las compañías y personas que se dedican ala construcci­ón deben definir nuevas estrategia­s para almacenar y des echar los materiales que utilizan, así como tomar en cuenta el nuevo comportami­ento del clima para realizar obras de distinta naturaleza. Pareciera que hay un cálculo deficiente de las corrientes de agua en días de tormenta porque siempre hay edificios de uso público o privado que terminan por ser afectados. Luego, faltan legislacio­nes municipal es más rigurosas en cuanto alas zonas en que se permite o no construir. Ríosy quebradas continúan siendo privados de sus cauces y, como es natural, reclaman su territorio cada vez que pueden. Sobre todo en Tegucigalp­a, pero también en San Pedro Su la, ya se sabe qué calle o bulevar se inunda y qué edificios sufren daños similares. Falta actuar en estos casos con la diligencia que se requiere. Ante la vulnerabil­idad de nuestras ciudades debe haber una reacción inteligent­e y responsabl­e de sus dirigentes y pobladores.

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