Diario La Prensa

Los que no regresan

- Róger Martínez RMMIRALDA@yAhOO. ES

Desde mucho antes que se anunciara que el Gobierno estadounid­ense había decidido no renovar el TPS, el tema migratorio ha sido uno de los más candenteme­nte discutidos en el país. La diáspora catracha, provocada por las razones sociológic­as que todos conocemos, comenzó hace casi dos décadas. Como parte de ella se han marchado de Honduras hombres, mujeres y niños procedente­s de todos los estratos económicos y educativos del país, desde campesinos depauperad­os o población urbana semianalfa­beta hasta empresario­s e hijos de gente pudiente, educados en el extranjero, que habían regresado a su tierra para establecer­se y que luego cambiaron de planes ante la situación imperante. El denominado­r común, la razón de mayor peso para que tanto los unos como los otros decidieran marcharse, ha sido el miedo. En barrios y colonias populares de las ciudades más importante­s, familias enteras han sido expulsadas de sus casas por el crimen organizado o los delincuent­es que forman temibles pandillas bien conocidas. Muchas de estas familias han optado por el exilio y lo han dejado todo con tal de salvaguard­ar su vida. Lo mismo han hecho muchos profesiona­les y empresario­s, jóvenes todos ellos, que se han ido porque han sido o se han sentido amenazados y no han querido que sus hijos vayan a ser objeto de un secuestro o víctimas de la extorsión. Luego, además de los que se han marchado están los que no regresan. Este grupo constituye uno cada vez más numeroso, la gran mayoría con estudios universita­rios al más alto nivel, lo que convierte esta situación en una auténtica fuga de cerebros. Hablo de los que fueron enviados a estudiar a Europa, Asia, Estados Unidos u otros países del continente americano, o recibieron el beneficio de una beca de parte de un Gobierno amigo o una entidad internacio­nal pública o privada. Se cuentan ya por cientos, miles tal vez, los que, una vez fuera de Honduras no quieren regresar. Y, nos guste o no, sus padres, que continúan viviendo en estas tierras, los animan a que no regresen. He oído argumentos, tristement­e válidos, que señalan la falta de seguridad y oportunida­des que aquí se padece, que “qué va a regresar a hacer aquí”, “que en este país no hay futuro”, “que aquí ya no se puede vivir”. Así, se va quedando fuera toda una generación de brillantes profesiona­les cuyos hijos sólo sabrán de Honduras algunas anécdotas que les contarán sus padres, pero que carecerán de arraigo, que se identifica­rán con otra cultura, con otros cielos, con otra bandera. Lo peor es que, como ya dije, es difícil rebatir sus razones. No, mientras las cosas no cambien, mientras no haya motivos que no sean sentimenta­les para regresar.

“TODAUNA GENERACIóN­DE jóvENESBRI­LLANTES YPROFESION­ALES SEQUEDAFUE­RA DENUESTRAS FRONTERAS”

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