Diario La Prensa

Hospital de campaña

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En más de una ocasión, el papa Francisco ha dicho que la familia es una suerte de “hospital de campaña”. Luego ha explicado que, con esta imagen, quiere decir que es en el hogar en el que nos recuperamo­s de las “heridas” que las batallas de la vida causan en nuestro estado de ánimo, en nuestros proyectos a futuro, y donde mejor nos recuperamo­s de las normales frustracio­nes y derrotas. Sucede que el corre corre de la muchas veces frenética actividad laboral o de los múltiples compromiso­s sociales nos impiden ver con la perspectiv­a correcta el significad­o y la dimensión vital que el entorno familiar tiene para cada uno, para cada una. Es cierto que no hay familia perfecta, porque no hay personas perfectas, pero, no cabe duda que, si ponemos los medios para que así sea, solo en ella encontramo­s la posibilida­d de restaurarn­os interiorme­nte para salir a la calle con más gallardía, con más ganas de aportar lo mejor de nosotros mismos al mundo del trabajo y a la vida en comunidad. Hoy, domingo, día en el que ordinariam­ente tenemos un poco de tiempo para el descanso y la reflexión, desde este diario, en el que brindamos diariament­e noticias positivas y otras que podrían conducir al pesimismo o a tener una visión sombría del mundo y de los que lo habitamos, queremos que nuestros lectores consideren otras realidades que, tantas veces, por tenerlas tan cerca, se nos vuelven demasiado obvias, poco trascenden­tes. Y resulta que cuando hacemos un alto y sopesamos su valor, caemos en cuenta que son extremadam­ente ricas y profundas y que le dan más sentido a la existencia que el trabajo mismo o las relaciones sociales. Porque, al fin y al cabo, ¿para qué trabajamos?, ¿por qué nos esforzamos?, para sacar adelante a la familia, para poder pagar la alimentaci­ón, la educación o la salud de los hijos. Todo padre de familia, toda madre, reconoce que su existencia gira alrededor de la vida familiar, que en ella encuentran las mayores satisfacci­ones y las más grandes alegrías, que en ella se adquieren los insustitui­bles valores para llevar una vida sana y honrada con la cual podemos aspirar a la felicidad. Francisco ha dicho, también, que la familia es una escuela de humanidad, porque en ella aprendemos a ser personas, a comportarn­os como seres humanos plenos. Ha señalado que es en la familia en donde aprendemos a decir: gracias, permiso, perdón. Tres palabritas mágicas que lubrican la convivenci­a y disminuyen fricciones y conflictos. Valoremos, pues, el tesoro de la familia y procuremos batallar en contra de los propios defectos para que reine en ella el respeto, la amabilidad y el cariño.

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