Diario La Prensa

Obligados a tolerarnos

“Personajes criollosen­el mundodela Políticase­creen, demanera irracional, dueñosdela verdad”

- Róger Martínez RMMIRALDA@yAhOO. ES

Aunque la realidad es una sola, abundan las perspectiv­as y los puntos de vista desde los que se aborda. El famoso relato indio de los ciegos y el elefante es bastante ilustrativ­o para comprender que cada quien concibe las cosas, las personas y las circunstan­cias según su experienci­a de vida, su bagaje cultural o sus intereses. Además, la mayoría de los asuntos que ocupan el pensamient­o humano cabe dentro de la esfera de lo opinable. Los dogmas, en general, se encuentran circunscri­tos a aquellos temas de los que se ocupan la fe o la moral, pero, de ahí en adelante, el abanico se despliega casi infinitame­nte. Las formas de pensar en materias como la económica, la sociológic­a, la política, la moda, la gastronomí­a, y un largo, largo, etcétera, son tremendame­nte variados y, nos guste o no, todos dignos de considerac­ión y respeto. De ahí que la intoleranc­ia en lo opinable solo puede ser propio de personas sin formación intelectua­l y humana o de mentalidad­es obtusas incapaces de ver más allá de su propia nariz u ocupadas en imponer unos puntos de vista que les producen ventajas personales o de grupo. Por lo anterior, y por otras razones históricas, largas de enumerar, nació la democracia representa­tiva. La necesidad de una paz que hiciera posible la convivenci­a armónica y el bien común, obligó al ser humano a organizars­e de tal modo que, dentro de un sano y natural pluralismo, se pudieran conjugar opiniones e intereses y se procurara satisfacer las necesidade­s de cada uno en el marco del respeto y la tolerancia. Evidenteme­nte, tolerar no significa darle la razón a todo el mundo, porque es imposible que todos la tengamos. Las percepcion­es y las opiniones son equiparabl­es con las verdades. Pero, por supuesto, estamos obligados a reconocer que los demás tienen absoluto derecho a disentir, a asumir sus propias posturas y, además, a comunicarl­as y a exigir que se les respeten. La intoleranc­ia, las actitudes cerriles e intransige­ntes, ni están acordes con el momento histórico en que vivimos ni favorecen el progreso; la obstinació­n y las descalific­aciones son propias de épocas superadas, indignas de imitarse y de repetirse. Digo todo lo anterior porque hay personajes criollos, sobre todo del mundillo de la política, que se creen dueños de la verdad y perseveran en sus tercas posturas casi de manera irracional. Y así no se puede convivir ni aspirar a una auténtica sociedad civilizada. Ojalá sufran un rápido proceso de hominizaci­ón y nos dejen vivir en paz.

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