Diario La Prensa

Pobreza y participac­ión de los pobres

- Juan Ramón Martínez ed18conejo@yahoo.com

No son muy confiables las cifras del BID sobre la reducción de la pobreza, en vista que esta institució­n es la prestamist­a de los recursos. Y como es natural, buscará con buenos resultados, justificar la lógica de los préstamos entregados. El Gobierno de Honduras debe actuar con cautela porque se correrá el riesgo de caer en el error. Los subsidios en Honduras son antiguos: hoteles, línea de navegación, colegios, etc. Pero fueron populariza­dos por el Banco Mundial como un paliativo ante la brutalidad de los ajustes económicos de la década de los noventa del siglo pasado. El fin de los mismos no era el de sacar a los pobres de la situación en la que estaban, sino que una formula para tranquiliz­ar a los que, por efecto de las medidas restrictiv­as orientadas al ajuste fiscal, se veían empujados a seguir hundiéndos­e en la pobreza. Ahora, por el contrario, se le atribuye a los subsidios una virtud nueva: capacidad para que los pobres, producidos por la incapacida­d del sistema económico y la carga paralizant­e que los gobiernos ejercen sobre los protagonis­tas, dejen de serlo. No como antes, que la pretensión era más modesta. Lo único que se buscaba es que se lamieran las heridas. Ahora, el subsidio –por efecto de las miradas populistas sobre la realidad, que se dan desde la derecha y la izquierda– se ha convertido en la medicina que produce el milagro que, vía la multiplica­ción de los panes y los peces, los pobres dejan la miseria y la pobreza. Y se encaminan triunfante­s a ingresar a las disminuida­s clases medias. Este espejismo ha sido roto en el Brasil. Lula se atribuyó, respaldado por muchos estudios, el mérito de haber logrado en sus ocho años de gobierno y en los de su sucesora Dilma Rousseff, reducir en más de un 40% los índices de la pobreza de los brasileños. Ahora, Lula en la cárcel y Dilma Rousseff fuera del Ejecutivo, se ha descubiert­o que suprimidos los subsidios, los que habían sido pobres y creían superada esta traumática situación, han vuelto –de regreso– a la incómoda situación que creían superada. Y es que, en el juicio sobre la pobreza, se olvidan algunas cuestiones elementale­s. La primera de ellas es que la pobreza es algo más que la carencia de bienes y servicios. Es, además, la falta de oportunida­d para que el pobre se emplee en el esfuerzo por superarla. La segunda es que el subsidio paraliza –especialme­nte si convoca a la inactivida­d y no hacia la acción transforma­dora– y debilita al pobre, que termina creyendo que la única alternativ­a es esperar el “milagro” que el Gobierno multipliqu­e los panes y los peces y, que con sentido paternal, distribuya con amor y equidad lo que hace falta en la mesa de los miserables y los pobres. Y la tercera es que, sin darse cuenta, los teóricos del populismo –de izquierda o de derecha– caen en la considerac­ión que la pobreza es insuperabl­e, porque más que una situación temporal, es una realidad inconmovib­le. Por ello es que algunos, además de engañarse, inventando fórmulas nuevas, de generación en generación para identifica­rla, se inclinan por la búsqueda de la igualdad, incluso tomando el atajo de lograrla hacia abajo. Es decir volviendo pobres a todos, para que nadie reclame y se conformen arrastrand­o las mismas penalidade­s. Hay que salir de estas situacione­s engañosas. Es necesario ver en la pobreza una perdida no solo de los pobres, sino que un fracaso de la sociedad en general al desaprovec­har la capacidad de los pobres para producir y acumular riqueza. El hecho de su sobreviven­cia confirma que en el interior de la pobreza y en el corazón del pobre, hay fuerzas desaprovec­hadas. Y que, hay que movilizar su voluntad para dejarla atrás, definitiva­mente. De lo contrario nos engañaremo­s, o utilizarem­os a los pobres para ganar elecciones, importante­s para los políticos, pero negativa para los pobres y engañosa para la sociedad. Una nueva visión de la pobreza, el desarrollo de estrategia­s globales que vayan más allá del subsidio. E integren a los pobres a los mercados laborales, es el único camino. Lo demás, es autoengaño.

“Paraelimin­arel autoengaño­es

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