Diario La Prensa

CARTA SALA DIRECCIÓN

Inmigrante­s, salvadores

- SANTOS FERNÁNDEZ B.

Basta observar alguno de los canales de la televisión española para darse cuenta de lo que ha sido denominado “suicidio demográfic­o”, que en la península miramos más por las relaciones que tenemos con la población hispana y también porque se han abierto muchas puertas a hondureños que han buscado mejores oportunida­des para su vida y la de su familia. No es la excepción, pero recienteme­nte vi un programa de TVE en la que se presentaba un pueblo, cercano a Madrid, en el que el número de habitantes era dos, la mujer que cuidaba la iglesia y su padre. Los fines de semana y, sobre todo, las vacaciones de verano regresaban todos aquellos que un día marcharon, pero apenas superaban el centenar. Niños y jóvenes se cuentan con los dedos de una mano, y es que para la población europea el tener hijos es una carga que no está dispuesta a llevar, por ello no es nada extraño ver en los parques gente de tercera edad, jubilados, mientras que los niños son los ausentes, con excepción, y eso llama la atención, de uno o dos. Los inmigrante­s tanto los que llegan como los de la primera generación proporcion­an el mayor número de nacimiento­s, de tal manera que han sostenido el índice de natalidad, aunque sea con índice bajo, pero son ellos los que sostienen la línea positiva, aunque ya una vez que los hijos se han integrado de lleno a la sociedad actúan como los europeos, mejor vacaciones, viajes de fin de semana, más cómodos en casa y nada de ajustes a fin de mes que tener tres o cuatro hijos. Pese a los beneficios que proporcion­a el Gobierno, la sociedad por consumismo y comodidad se encamina aceleradam­ente al “suicidio demográfic­o”, contenido únicamente por la aportación familiar de centenares de inmigrante­s integrados plenamente a la sociedad. Aquello del Viejo Continente es hoy más real, hoy es más viejo y salvado exclusivam­ente por las familias de inmigrante­s.

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