Diario La Prensa

Doloroso retorno de padres separados de sus hijos

Estados Unidos envió dos vuelos con 238 deportados al aeropuerto de San Pedro Sula. “En el avión nos traían encadenado­s de los pies, manos y cintura”, dice retornado

- Agencia AFP redaccion@laprensa.hn

SAN PEDRO SULA. El hondureño Ever Sierra regresa deportado a su país. De su mochila cuelgan los zapatos de su hija de ocho meses, quien quedó en un centro de detención en McAllen, Texas, junto a su madre. En unos días, Ever intentará emigrar de nuevo para reunirse con ellas. “El domingo o lunes me voy de regreso, quiero estar con mi familia”, dice el joven de 28 años. El pasado 2 de enero Ever salió de la ciudad de El Progreso en busca del sueño americano junto con su esposa Iris Janeth (26) y su hija, que entonces tenía dos meses. “Se trata de buscar un mejor futuro para nuestra familia. Aquí con 250 o 300 lempiras (de 10 a 12 dólares) al día, no se hace nada”, lamenta el albañil. Un mes después, el 3 de febrero, mientras navegaban por el río Piedras Negras, cerca de la frontera con

México, fueron arrestados por los patrullero­s estadounid­enses de Migración. Iban acompañado­s por el hermano de Ever, Juan Carlos, su esposa y el hijo de la pareja de cinco años.

Separados. Según cuenta Ever, Iris Janeth y su hija fueron trasladada­s a un centro de detención de menores en la ciudad de McAllen, en Texas. A su cuñada la llevaron a un centro de Miami, su hermano fue enviado al centro de detención La Salle, también en Texas, mientras que a él lo llevaron a otro

centro en Luisiana. La separación de familias fue el resultado de la política de “tolerancia cero” del presidente Donald Trump para migrantes indocument­ados. Su política llevó a la separación de más de 2,000 niños de sus padres y generó tanto rechazo que el mandatario debió desistir y aceptar la reintegrac­ión de niños y padres. Ever, delgado, de regular estatura, tez blanca, escasa cabellera, vestido con una camisa deportiva blanca y un chaleco negro, lleva colgando de su mochila dos

zapatos de su hija para no olvidarse de ella. El joven bajó en uno de los dos vuelos que llegaron el viernes con deportados de Luisiana al aeropuerto de San Pedro Sula, la segunda ciudad de Honduras. En el primer vuelo llegaron 118 y en el segundo 120.

Encadenado­s. “Nos traían encadenado­s de los pies, las manos y la cintura”, se queja José Miguel Sagotizado, otro deportado de 32 años. “No nos quitaban las cadenas ni para ir al baño” durante el vuelo. “Trump es un racista. Tiene todo al mundo en contra, incluso a su esposa”, asegura el hombre de complexión fuerte, ojos vivaces y el cabello recortado. Otros 108 deportados llegaron al aeropuerto de Ciudad de Guatemala, donde los recibieron con música de marimba amplificad­a desde altoparlan­tes para animarlos. Uno de ellos, Benjamín Raymundo, de 33 años, salió en abril pasado del pueblo indí- gena Maya-Q’anjob’al, en el oeste de Guatemala, con su hijo Roberto, de cinco años. Benjamín comenta a la AFP que la pobreza en su región y el deseo de darle una vida mejor a su familia le llevaron a intentar por segunda vez entrar a territorio estadounid­ense. Dejó a su esposa Rosalía y su hija menor, de dos años y medio, y emprendió el viaje. Cruzaron México en autobús y lograron llegar a la frontera, pero fueron detenidos por la “migra” en California. Allí vio por última vez a su hijo, que según se enteró fue llevado a Nueva York. Un cuñado que vive en Estados Unidos y un abogado lograron dar con el paradero del niño y ahora este familiar lo tiene en resguardo. “Es una gran tristeza para mí, es como que ya nunca más volveré a ver a mi hijo”, lamenta Benjamín, quien señala que no volverá a intentar hacer el viaje a Estados Unidos y guarda la esperanza de que el niño pueda obtener asilo.

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REGRESO. Un migrante hondureño deportado es recibido por su mujer e hijos en San Pedro Sula.
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